Es fácil andar distraido
Hoy en el Evangelio de la Misa, escuchamos que
llegaron algunos discípulos de Juan Bautista a preguntar al Señor Jesús si era
el Mesías o tenían que seguir esperando. El Señor le remite a sus acciones: los
ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los
sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.
Tenían todas las señales enfrente y sin embargo, no lo sabían.
En la vida del cristiano ocurre algo similar: tenemos
delante todas las señales, pero, no somos conscientes de ellas. Habremos
escuchado mil y una vez que Jesús es el Salvador, pero son pocas las personas
que hacen suya la salvación de Jesús. Habremos escuchado y leído miles de veces
que Jesús es el Señor, Rey de reyes y Señor de los señores, pero no son muchos
los que han hecho de Jesús el Señor de sus vidas. Ponen siempre algo por
encima: trabajo, política, la fama, el reconocimiento y aceptación de otros. El
hecho es que Jesús no significa nada para muchos.
La consecuencia más evidente: viven sin alegría. No
son felices porque nada de lo que hacen y de lo que anhelan llena el corazón.
Sí, hacen fiesta, desorden, bulla… pero lo que queda después es una sensación
de vacío. La razón es sencilla: nada de eso puede satisfacer los anhelos del
corazón. El ser humano se cansa y se fatiga buscando nuevas emociones que, al
final, termina siendo una especie de anestesia.
Solo Cristo colma todo y hace que todo tenga un
sentido, porque cuando nos hacemos uno con Jesús entonces tenemos la certeza de
que entramos a formar parte del Reino de Dios. ¡Y seremos grandes! ¡Y seremos
felices! Felices, porque sabemos que todo es pasajero: las alegrías y las
tristezas, las esperanzas y el dolor, pero, al mismo tiempo, todo tiene un
significado nuevo: todo ayuda a la gloria de Dios y a la salvación propia.
Ante el mal de hoy, el cristiano pone la paciencia y
la esperanza, como leemos en la primera y segunda lectura de la Misa. Tarde o
temprano el Señor dará su recompensa: Sean
pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de
los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias
tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan
firme el ánimo.
No dejes que nada te robe la alegría de estar con el
Señor Jesús. Esa es una alegría que nadie nos la debería quitar.
¡Jesús te bendiga!
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