Dios y el césar
En no pocas ocasiones, los
fariseos y maestros de la Ley quisieron poner en prueba a Jesús. Les molestaba,
además de su liderazgo creciente, el hecho de que siempre tuviera una
explicación justa y adecuada a sus planteamientos. Por eso, más de una vez le
quisieron poner a prueba con toda su mala intención. A veces, lo hacían
valiéndose de argumentos que tenían que ver con el cumplimiento de algunos
preceptos de la Ley. A lo que Jesús respondía con libertad, pero con toda
claridad.
Un día, quisieron ponerlo
entre la espada y la pared. Le presentaron una interrogante sobre un hecho,
aparentemente inocente:
si era legítimo o no pagarle el tributo al César. Le
inquirieron: “Dinos, pues, qué piensas”. Jesús les salió por dónde ellos menos
esperaban, al preguntarle sobre quién era representado en esa imagen. Le
respondieron que se trataba de César. A lo que Jesús dijo aquella famosa frase:
“Den, pues, al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios”.
¿Por qué Jesús responde así,
y no hace un discurso explicativo sobre la conveniencia o no de pagar el
tributo al César? Hay una razón. El César era considerado como un dios por
parte de los romanos. Para los fariseos, si Jesús se inclinaba a pagar el
tributo estaría aceptando que el César era “dios”. Y así tendrían con qué
acusarlo de blasfemo. Pero, el Maestro les responde de otra manera: no
reconoce, por supuesto, que César era dios, sino la autoridad a la que había
que pagarle el tributo correspondiente. Y que a Dios había que darle lo que era
propio: es decir el reconocimiento de su divinidad y de su gloria.
Los fariseos, acusados
previamente de hipócritas por Jesús, quedaron sin palabras ante tal respuesta.
Jesús distingue lo humano de lo divino y reafirma que sólo a Dios hay que darle
el honor y la gloria…. Al César hay que pagarle el tributo, pero no el
reconocimiento de dios o semidiós. Con esto, quedaba muy bien sentada la
intención de Jesús, frente a la mala intención de los fariseos que no sabían
qué hacer ante las atinadas respuestas de Jesús. Y, en el fondo, les echaba en
cara que ellos no habían sabido distinguir ni defender del todo la divinidad de
Yahvé, ante la invasión del imperio romano que quería hasta imponer sus
divinidades.
Esta enseñanza nos ayuda a
entender lo que siempre hemos de hacer los creyentes: centrar nuestra fe, y sus
consecuencias, en Dios. Hoy, hay muchas falsas deidades o ídolos. Y, a veces,
no falta quien busque ayuda y protección en ellas “por si acaso”, como se suele
decir. Pero, cuando la Iglesia y sus pastores proclaman la verdad o actúan en
consonancia con ella, se escandalizan y hasta hacen preguntas al estilo de los
fariseos…
Pero, en todo caso, la
enseñanza de Jesús es muy clara y directa. A César hay que darle lo que le
corresponde. Es lo que hay que hacer con las autoridades y con las situaciones
del mundo y de la sociedad. Pero, sobre todas las cosas, a Dios hay que darle
lo que es de Él. Así, no sólo reafirmaremos nuestra fe, sino que manifestaremos
estar en comunión con Él, camino a la plenitud.
+Mario Moronta R., Obispo de
San Cristóbal
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