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Mostrando entradas de abril, 2024

La imprescindible espiritualidad

 En la lectura del Evangelio de nuestra Santa Misa dominical (Jn 15, 1-8) escuchamos una imagen que el Maestro se atribuye a sí mismo: Jesús es la vid verdadera. La vida de los ramajes dependerá exclusivamente de su unión y vinculación con la vid: “ Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos ”. El pasaje de hoy repite con frecuencia el verbo permanecer. Una parte importante (la más importante, sin duda) es el trato personal y efectivo con Cristo Jesús. Eso se llama espiritualidad: dejar que el alma se informe de la gracia, el mensaje y la vida de Cristo Jesús. Sin eso, aunque puede un cristiano creer en Cristo, su vida será infructífera. Hoy como desde hace muchos años, existe el peligro de pensar que el buen cristiano es quien participa en todas las actividades de la parroquia: encuentros, convivencias, reuniones de planificación, charlas… y no es así. De hecho, sin el

El Buen Pastor y los buenos pastores

  Este domingo toda la Iglesia celebra el domingo del Buen Pastor, porque la lectura del Evangelio nos propone esta imagen de Cristo que el Señor, además, se atribuye a sí mismo. Ya en el Antiguo Testamento, el Pastor de Israel era Dios mismo. Ya lo escuchamos en uno de los salmos más conocidos: El Señor es mi Pastor, nada me falta . Y las personas que tenían a su cuidado el Pueblo de Israel –los reyes, los ancianos y los sacerdotes– eran llamados también pastores de Israel (Jer 23, Ez 34) puesto que descansaba sobre ellos la misión de cuidar, dirigir y enseñar al Pueblo, rebaño del Señor. Algunos profetas hicieron un llamado de atención porque esos pastores de Israel habían descuidado su misión y buscaron solo su propio provecho. No cabe duda de que el Señor es el Buen Pastor. Si hay alguien que quiere el mayor bien para nosotros –la salvación– ese es Jesucristo, como nos lo recuerda San Pedro en la primera lectura (Hech 4, 12). Y Él ha elegido a fieles para que sean sus pastores,

El Jesús real

 Una de las cosas que no admite discusión en nuestro tiempo es que cada quien puede opinar lo que quiera, de lo que quiera. Algunos han llegado al extremo de pedir que se respete su opinión sobre física cuántica como se respeta la opinión de un físico cuántico que enseña e investiga en una Universidad reconocida. El punto es que eso no está bien: se respeta el derecho a opinar, pero no merece el mismo trato el contenido de las opiniones. Desde hace muchísimos años ha habido personas que han tratado de deformar a Nuestro Señor Jesucristo y han querido endosarle muchos roles diferentes: el revolucionario, el maestro espiritual, el líder, el filósofo, un profeta, etc. Y terminan desfigurando lo que Jesús realmente es. Hay muchas cosas que pueden influir en esto, pero si queremos conocer y encontrarnos con el Jesús real, debemos evitar que todas esas categorías se conviertan en un obstáculo. En la primera lectura (Hech 3. 13-15. 17-19) San Pedro afirma que los Sumos Sacerdotes y los Ancian

El poder de la fe

  Uno de los argumentos que algunos pensadores ateos usan para ridiculizar la fe fue propuesto por un matemático y filósofo inglés llamado Russell: la fe es como creer que hay una tetera dando vuelta en el espacio, nadie la ve, pero como nos la han repetido desde hace años que está allí, lo aceptamos como verdadero, aunque no hay evidencia de ello. Sin entrar a considerar lo ridículamente absurdo de esta alegoría, el punto de partida fundamental por el que está mal ese ejemplo es el hecho de que la fe no significa creer en algo absurdo. Lo esencial de la fe es el significado que da a la vida del creyente. Por mucho que una persona pueda creer que hay una tetera dando vueltas en el espacio, eso no va a significar algo importante en la vida de una persona. En cambio, la fe en Cristo Jesús es otra cosa. La fe no es sólo aceptar la existencia de Dios o la realidad de que Cristo Jesús es Dios y hombre verdadero. La fe es esencialmente la consecuencia de aceptar la existencia de Dios o de re