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Mostrando entradas de agosto, 2015

La hipocresía religiosa

Uno de los tantos litigios que el Señor tuvo con los fariseos, y con los judíos en general, era la falta de correspondencia entre lo que aparentaban y los que en realidad eran. Eso es una enfermedad del alma. Esa enfermedad se llama “fariseísmo” o hipocresía religiosa. En la primera lectura de hoy, Moisés invita al pueblo a seguir de corazón los mandamientos del Señor (Dt 4, 1-2.6-8), mandamientos que no podremos conocer sin una actitud de escucha de la Palabra: “Acepten dócilmente la Palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa Palabra y no se limiten a escucharla, engañándose ustedes mismos” (Stgo 1, 17-18. 21-22. 27) En el salmo 14 tenemos un elenco de cómo vivir la Voluntad de Dios: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor? El hombre que procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino; q

Llénense del Espíritu Santo. Expresen sus sentimientos con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor (Ef 5, 19)

Uno de los elementos esenciales de la vida cristiana es dejarnos guiar por el Espíritu Santo en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. Él obra en nosotros nuestra santificación. Parte de esa obra es la parte cultual: manifestar nuestros sentimientos al Señor. Hoy en día, esa parte de nuestra vida se ha visto menoscabada por múltiples razones, ninguna de ellas de tipo religioso. Hoy muchos creyentes dejan de manifestar su fe, le ponen cadenas al Espíritu de Dios, por miedo, por vergüenza, por un falso ideal de perfeccionismo, por falta de fe. Y eso le pasa hasta a los sacerdotes. ¿Por qué los fieles cuando están en el Templo no cantan? Sin duda que la primera excusa es que no se saben las canciones. Excusa barata, porque se resuelve aprendiéndolas. No cantan porque no tienen fe y, si la tuvieren, no es lo suficientemente fuerte ni para dar testimonio ni para alabar al Señor. Y entonces vienen las otras excusas: no tengo buena voz; hay un ministerio de

DESTIERREN DE USTEDES LA ASPEREZA, LA IRA, LA INDIGNACIÓN, LOS INSULTOS, LA MALEDICENCIA Y TODA CLASE DE MALDAD (EF 4, 31)

Es relativamente fácil dejar que el corazón se llene de cualquier cantidad de sentimientos malos. Y esos sentimientos tienen la particularidad de tener el efecto “bola de nieve”: con el paso del tiempo, esos sentimientos se hacen cada vez más grandes. Todo cristiano debe saber que debe tener el corazón libre de sentimientos malos (resentimientos) porque de lo contrario, no podrá amar a Dios sobre todas las cosas, ni al prójimo como a sí mismo. Es así. De hecho, leemos en las páginas del Evangelio según San Mateo una invitación a cumplir a cabalidad el mandamiento de Dios evitando encolerizarnos con el hermano, insultarle, buscando el modo y la manera de reconciliarnos con él (Mt 5, 21–26) El corazón lleno de rencor, odio, venganza… no deja espacio a la acción del Espíritu Santo. Llena y envicia el corazón de tal manera que no deja que podamos cumplir los mandatos de Cristo Jesús. Además, nos desgasta y puede llegar a enfermarnos: es como llevar un morral de piedras

Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo (Ef 4, 23-24)

            La carta a los Efesios resulta una especie de catecismo básico para los cristianos del s. I. San Pablo recuerda a todos los creyentes las cosas más fundamentales: la acción omnipotente de Jesucristo que nos ha reportado la salvación, salvación que es para todos, judíos o no, y que nos ha hecho un solo pueblo construyendo un vínculo de unidad: una solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre.             San Pablo recuerda también la actitud fundamental del creyente en Cristo Jesús: si aceptamos a Cristo, si hemos hecho de Él nuestro Señor, entonces no podemos vivir como personas paganas. Si aceptamos a Cristo renunciamos al pecado; si aceptamos a Cristo, nos apartamos del mal vivir. Con el bautismo hemos hecho una ruptura con el hombre viejo (el viejo yo ) y aceptamos vivir como el hombre nuevo en Cristo (el nuevo yo ).             ¿Cómo hacer esa transformación? ¿Cómo poner en práctica esa conversión a la que nos invita Cristo Jesús? La