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Mostrando entradas de mayo, 2013

EN ÉL SOMOS, NOS MOVEMOS Y EXISTIMOS… (HECH. 17, 28)

Con estas palabras, San Pablo se dirigió a los atenienses en el Areópago, tratando de hacerles entender que Dios no está lejos de nosotros. Para nosotros, los cristianos, es más patente todavía.                 Comenzamos nuestra vida cristiana, recibiendo el bautismo, en donde recibimos la ablución del agua “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y toda la liturgia, los actos de culto que son manifestación de nuestra fe, está orientada a la alabanza de la Santísima Trinidad.                 Con respecto a esto último, quiero llamar tu atención sobre dos actos de culto. Uno que lo hacemos casi a diario (la señal de la cruz) y el acto de culto por excelencia: la Santa Misa.                 Cuando hacemos la señal de la cruz decimos: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es un pequeño, pero significativo acto de fe. Indica que lo que hacemos, o al menos, en ese momento, invocamos el misterio central de nuestra fe. La pregunta oblig

¡Vengan conmigo!

Lo decimos en el Credo: Subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre. Y eso tiene un gran significado para nosotros. En el prefacio de la Misa de este domingo escuchamos: Porque el Señor Jesús, rey de la gloria, triunfador del pecado y de la muerte, ante la admiración de los ángeles, ascendió hoy a lo más alto de los cielos, como mediador entre Dios y los hombres, juez del mundo y Señor de los espíritus celestiales. No se fue para alejarse de nuestra pequeñez, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde Él, nuestra cabeza y principio, nos ha precedido.                 Y no es cosa de poca importancia. Al contrario. Ya lo escuchamos en la segunda lectura: “ Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios, intercediendo por nosot

El Espíritu Santo nos guía a la verdad

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Es inevitable que surjan diferencias entre los hombres. Y es inevitable porque todos somos distintos, tenemos biografías distintas, porque tenemos emociones diversas e intereses divergentes. No deberíamos convertir las diferencias en una razón para dividirnos o para imponerlas a la fuerza. Al contrario, las diferencias deben ser el punto de partida para reconocernos diferentes, y a partir de la diversidad encontrar la verdad que no solo nos une, sino la verdad que puede y debe transformar nuestra vida. Jesús es la verdad (Jn 14,6). Su vida, sus palabras –su mensaje– son guía segura para nuestra vida. Es cierto que ante la Palabra del Señor existen diversas actitudes: desde el rechazo, la ignorancia, pasando por aceptar lo que me es cómodo hasta llegar a la aceptación completa. ¿Cómo evitar no caer en el error o en la mentira?