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Es fácil andar distraido

                 Hoy en el Evangelio de la Misa, escuchamos que llegaron algunos discípulos de Juan Bautista a preguntar al Señor Jesús si era el Mesías o tenían que seguir esperando. El Señor le remite a sus acciones: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Tenían todas las señales enfrente y sin embargo, no lo sabían.                 En la vida del cristiano ocurre algo similar: tenemos delante todas las señales, pero, no somos conscientes de ellas. Habremos escuchado mil y una vez que Jesús es el Salvador, pero son pocas las personas que hacen suya la salvación de Jesús. Habremos escuchado y leído miles de veces que Jesús es el Señor, Rey de reyes y Señor de los señores, pero no son muchos los que han hecho de Jesús el Señor de sus vidas. Ponen siempre algo por encima: trabajo, política, la fama, el reconocimiento y aceptación de otros. El hecho es que Jesús

¿Y mañana?

Lamentablemente se ha ido extendiendo una mentalidad en medio del pueblo cristiano católico la mentalidad de que el único objetivo de esta vida es el desenfreno. No es raro escuchar: “A gozar, que este mundo se va a acabar”. Detrás de esa afirmación, y otras muy similares, se esconde una gran ignorancia de la propia fe. “A gozar” es sinónimo de “a pecar”. Disfrutar, sentir alegría por lo que hacemos no es pecado, lo que ofende a Dios es que se haga el centro de la vida el desenfreno, llegando al olvido de Dios y de sus promesas. Las lecturas de la Misa de hoy, primer domingo de adviento, son una invitación a que reconsideremos esa manera de ver la vida. Estamos llamados a una vida eternamente feliz, que ganamos o perdemos en esta vida. Dependerá sólo de nosotros. La consumación definitiva de esa promesa de Dios tendrá su cumplimiento definitivo con la segunda venida de Jesús. Nuestro Señor, en el Evangelio, nos dice que vendrá por segunda vez y se instaurará su Reino.

¡Jesucristo es Rey!

                 En la segunda lectura de hoy escuchamos un pasaje de la carta de San Pablo a los habitantes de Colosas en donde resume lo que la Iglesia ha profesado desde el inicio sobre Jesús, Nuestro Señor. Hay un par de versículos que son el fundamento de la entrega de nuestra a vida a la voluntad de Cristo: “ Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en él tienen su fundamento todas las cosas creadas, del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sin excluir a los tronos y dominaciones, a los principados y potestades. Todo fue creado por medio de él y para él ”.                 Jesucristo, desde sus inicios, predicó el Reino. Un Reino tan especial que no es terreno ( mi reino no es de este mundo , respondió a Pilatos), pero que comienza aquí en la tierra ( el reino de Dios está en medio de ustedes ) y tendrá su definitivo cumplimiento al fin de los tiempos ( cuando venga el Hijo del hombre se sentará en su trono de glori

Para bien o para mal, vamos a resucitar

Dios fue dando a conocer poco a poco su designio de salvación. Una de las cosas que tardó un poco en hacer saber a los hombres es el hecho de la resurrección futura. Leemos en los primeros libros de la Biblia que los que morían quedaban como dormidos o que su existencia pasaba a una especia de “espacio negro” donde no había nada. En otras palabras, al inicio de la Revelación los hombres pensaban que su vida terminaba cuando cerraban los ojos a este mundo. Poco a poco, Nuestro Señor fue haciendo saber a los hombres que tiene un proyecto eterno para nosotros: la felicidad eterna con Él. De hecho, escuchamos en la primera lectura del libro de los Macabeos, que ya los jóvenes tenían el firme convencimiento de la resurrección futura, para la felicidad eterna o para la condenación eterna. Así se lo dice el cuarto hermano: “ Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida ”. T

LA APARIENCIA SIRVE DE POCO…

El Justo Juez. Este título se lo da San Pablo a Jesús,  y ya los israelitas se lo daban a Yahweh. Es uno de los tantos atributos de la divinidad: o   El Señor no se deja impresionar por las apariencias. o   El Señor premiará los esfuerzos de cada quien. o   El Señor escucha la oración del  hombre justo. o   El Señor ve el corazón de todos. Sabe lo qua hay en el corazón del hombre, hasta los pensamientos más profundos.             Todas estas afirmaciones las hemos escuchado en las lecturas de hoy. No debe caber ninguna duda de que el Señor Nuestro Jesucristo es un justo juez. Los seres humanos normalmente nos dejamos llevar por las apariencias, y eso no es malo. Nadie compraría una fruta de mal aspecto con el argumento de que por dentro probablemente esté bueno. Lo malo del ser humano es, cuando al juzgar a otras personas, las apariencias influyen en nuestra decisión. Es triste pero debemos afirmarlo: nuestra sociedad ha perdido el norte en lo qu