Desde los inicios de la humanidad según la Biblia, ha existido la mezquindad para con Dios. Dios se ha encargado de hacer saber que no aprecia que le den el “sobrado” o lo que no nos causa incomodidad. En el sacrificio de Caín y Abel, Dios acepta el de Abel porque ofreció las primicias de su trabajo (lo primero para Dios) y no el de Caín que simplemente ofreció algunos frutos de la tierra (Gn 4, 3-5) Cuando se instaura en el culto de Israel los sacrificios a Dios, Dios establece los criterios con claridad: “ Cuando alguien ofrezca vacuno como sacrificio de comunión, ya sea macho o hembra, ofrecerá un animal sin defecto ” (Lev 3, 1). Cuando se dejaba de lado esta exigencia del Señor, Él mismo la reclama: “ El hijo honra a su padre; el servidor respeta a su patrón. Pero si yo soy padre, ¿dónde está la honra que se me debe? O si yo soy su patrón, ¿dónde el respeto a mi persona?...