Los dos pasajes del Evangelio que escuchamos hoy en nuestra Santa Misa nos muestran cuán volubles pueden ser nuestras emociones. En el primer Evangelio escuchamos cómo el pueblo de Israel que se encontraba en Jerusalén para las fiestas de Pascua, alabó la entrada de Jesús en la ciudad Santa: “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”. Ese mismo pueblo, unos días después, reunidos en el Enlosado, con Pilatos al frente, pidió la libertad de Barrabás. « Pilato les dijo: “¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?” Respondieron todos: “Crucifícalo”. Pilato preguntó: “Pero, ¿qué mal ha hecho?” Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: “¡Crucifícalo!” » Si hay algo que podemos aprender de esto es que la bondad o la maldad de algo no depende de la aceptación o rechazo de la mayoría. La bondad o maldad de una acción dependerá si es conforme con la Voluntad de Dios o no.