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El Señor de la misericordia

 Este domingo se llama, por disposición del Papa San Juan Pablo II, Domingo de la Divina Misericordia. Y esa palabra – misericordia – la hemos escuchado en diversas oportunidades en nuestra celebración. No está de más que recordemos qué cosa es misericordia . Y no falta razón, porque se ha hecho gran uso de ese término en la Iglesia, que al final puede terminar significando algo distinto. A veces se le llama compasión, piedad o lástima. Pero nada de eso dice que es la misericordia en sentido bíblico. La misericordia es amor. Esa es su esencia. Es amor con la persona necesitada espiritual o materialmente. Por eso misericordia no es compasión, no es piedad, no es lástima. Es amor. Es fácil entender también por qué Jesús es el Señor de la Misericordia. No hay nadie más dispuesto a venir a nuestra necesidad que Él. Y la necesidad más grande es el perdón de los pecados.  Hoy el mundo de empeña en desacralizar todo. El hombre goza de una peculiaridad: si no “cierra capítulos” de su ...

Lo que importa es lo que diga el Señor

 El pasaje del Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy es conocido como el de la mujer adúltera (Jn 8, 1 -11). Una mujer fue sorprendida cometiendo adulterio. La ley mosaica ordenaba la condena a muerte a los sorprendidos en adulterio (Dt 22, 22).  El Señor se encontraba en Jerusalén, y un día subió al Templo. Los fariseos y escribas llevaron a la mujer ante Jesús. Su intención era clara: poner a prueba al Maestro. Ante la severidad de la pena establecida por la ley, le preguntan a Jesús: “¿Tú que dices?”. Nuestro Señor se tomó su tiempo. Ante la insistencia, el Maestro les deja una frase que demuestra su sabiduría: “ Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra ”.  En otros pasajes del Evangelio, el Señor nos invita a no sentirnos moralmente superiores erigiéndonos en jueces de los demás. Nosotros, con toda seguridad, tenemos nuestras deficiencias y debilidades, con lo cual no debemos sentirnos superiores a otros en ese aspecto. Los acusadores se fu...

siempre vamos a tener la oportunidad de cambiar

 Nuestro Señor Jesucristo, como es mejor de los maestros, aprovecha todas las ocasiones posibles para enseñar. Y hoy, en el evangelio (Lc 13, 1- 9), escuchamos una de esas tanta ocasiones.  Los romanos solían de cuando en cuando realizar algún acto cruel con el objeto de infundir el miedo de los pobladores y así garantizar su obediencia. Y refieren al Señor un hecho aberrante del Procurador Poncio Pilatos: había ordenado hacer un sacrificio y mezclar la sangre con la de algunos galileos. La mentalidad de la época era que si a alguien le ocurría algún evento pernicioso, era una suerte de castigo de parte de Dios. El Señor quiere quitar esa manera de pensar. Los accidentes ocurren. Eso no significa que sea un castigo de parte de Dios. Y el Maestro aprovecha esta circunstancia para invitar a la audiencia a la conversión. No hay que esperar a una ocasión especial para volverse a Dios de todo corazón. Por otra parte, el Señor, sirviéndose de una parábola, hace saber a sus discípulo...

La soberbia de la vida

  En la primera carta de San Juan (2, 16) se nos pide que nos alejemos de lo que hay en el mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. En el evangelio de hoy (Lc 6, 39-45) escuchamos una masterclass de Nuestro Señor Jesucristo sobre lo que significa la soberbia de la vida. La soberbia es la actitud de la persona que está convencido de poseer una perfección tan alta que se cree superior a los demás y que, por lo tanto, tampoco acepta las correcciones de otro. El soberbio se permite criticar a todas las personas a su alrededor. No es difícil concluir que la persona soberbia cierra las puertas del corazón a la palabra de Cristo Jesús. El soberbio sufre de ceguera espiritual. No es capaz de reconocer que va por mal camino y aun así pretende imponerse como modelo y guía de los demás: « ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? » El soberbio encuentra defectos en todas las personas, que puede ser que la teng...

Todo esfuerzo por la paz, vale la pena

  Las lecturas de este domingo nos invitan a considerar una actitud del seguidor de Cristo. Todo esfuerzo que se haga para evitar el pecado y las diferencias entre los creyentes, vale la pena hacerlo. En la primera lectura (1Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23) escuchamos como el futuro rey David mantenía una diferencia con el rey Saúl quien le estaba persiguiendo para matarle. David tuvo la ocasión para hacerlo, pero decidió que lo mejor era que no. Le hizo saber al rey Saul, su perseguidor, que tuvo la oportunidad de quitarle la vida, pero no lo hizo. Con ello le mostraba a Saúl que él no tenía ningún ánimo de enfrentarle. En el Evangelio (Lc 6, 27 – 38) escuchamos como el Señor nos pide que hagamos cualquier esfuerzo para evitar las rencillas entre nosotros: “ Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames ”. Evidentemente, no hay que tomar la literalida...

Es malo porque nos aleja de Jesús

  En la primera lectura de nuestra Santa Misa de hoy escuchamos una frase muy dura: “ Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón ” (Jer 17, 5). En el Evangelio escuchamos la versión de las bienaventuranzas según San Lucas (Lc 6, 17. 20-26). En ellas se nos invita a ver las cosas de un modo diferente: a rechazar la búsqueda del aplauso y las felicitaciones humanas, porque estas se mueven por criterios humanos. La verdadera felicidad está cuando nuestro actuar nos acerca al Señor, independientemente del reconocimiento de los hombres. La bondad o maldad de nuestras acciones no dependen del consenso de la mayoría. Nunca ha sido verdadera aquella frase que dice que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. La voz de las masas es cambiante, la Palabra de Dios permanece para siempre. La bondad o maldad de las acciones dependerá si nos acercan o nos alejan de Nuestro Señor. No resulta fácil para un creyente vivir en medio del mundo, sobre...

Por la gracia de Dios, soy lo que soy

 En la segunda lectura de nuestra Santa Misa de hoy (1Co 15, 1-11), San Pablo da su testimonio de que él ha dado todo por corresponder a la gracia que Dios le ha dado primero. Y gracias a esa acción de Dios, San Pablo ha podido hacer cosas grandiosas y anunciar el mensaje de Cristo Jesús. El secreto de San Pablo era no confiar tanto en sus propias capacidades y en sus dotes particulares, sino más bien confiar en la gracia de Dios. Es Dios mismo el que obra en él. En el Evangelio (Lc 5, 1-11) escuchamos algo similar. Un grupo de pescadores había terminado ya la faena que no había arrojado resultados. El Señor sube a la barca de uno de ellos para poder hablar mejor a las gentes. Terminado el anuncio, se dirige a los pescadores, concretamente a San Pedro. Le pide que salga a pescar. Pedro le manifiesta que la jornada ha pasado en vano, pero aun así, va a confiar en él. San Pedro vio recompensada su confianza con una pesca asombrosa. La experiencia del fracaso es y será una constante e...