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La soberbia de la vida

  En la primera carta de San Juan (2, 16) se nos pide que nos alejemos de lo que hay en el mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. En el evangelio de hoy (Lc 6, 39-45) escuchamos una masterclass de Nuestro Señor Jesucristo sobre lo que significa la soberbia de la vida. La soberbia es la actitud de la persona que está convencido de poseer una perfección tan alta que se cree superior a los demás y que, por lo tanto, tampoco acepta las correcciones de otro. El soberbio se permite criticar a todas las personas a su alrededor. No es difícil concluir que la persona soberbia cierra las puertas del corazón a la palabra de Cristo Jesús. El soberbio sufre de ceguera espiritual. No es capaz de reconocer que va por mal camino y aun así pretende imponerse como modelo y guía de los demás: « ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? » El soberbio encuentra defectos en todas las personas, que puede ser que la teng...

Todo esfuerzo por la paz, vale la pena

  Las lecturas de este domingo nos invitan a considerar una actitud del seguidor de Cristo. Todo esfuerzo que se haga para evitar el pecado y las diferencias entre los creyentes, vale la pena hacerlo. En la primera lectura (1Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23) escuchamos como el futuro rey David mantenía una diferencia con el rey Saúl quien le estaba persiguiendo para matarle. David tuvo la ocasión para hacerlo, pero decidió que lo mejor era que no. Le hizo saber al rey Saul, su perseguidor, que tuvo la oportunidad de quitarle la vida, pero no lo hizo. Con ello le mostraba a Saúl que él no tenía ningún ánimo de enfrentarle. En el Evangelio (Lc 6, 27 – 38) escuchamos como el Señor nos pide que hagamos cualquier esfuerzo para evitar las rencillas entre nosotros: “ Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames ”. Evidentemente, no hay que tomar la literalida...

Es malo porque nos aleja de Jesús

  En la primera lectura de nuestra Santa Misa de hoy escuchamos una frase muy dura: “ Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón ” (Jer 17, 5). En el Evangelio escuchamos la versión de las bienaventuranzas según San Lucas (Lc 6, 17. 20-26). En ellas se nos invita a ver las cosas de un modo diferente: a rechazar la búsqueda del aplauso y las felicitaciones humanas, porque estas se mueven por criterios humanos. La verdadera felicidad está cuando nuestro actuar nos acerca al Señor, independientemente del reconocimiento de los hombres. La bondad o maldad de nuestras acciones no dependen del consenso de la mayoría. Nunca ha sido verdadera aquella frase que dice que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. La voz de las masas es cambiante, la Palabra de Dios permanece para siempre. La bondad o maldad de las acciones dependerá si nos acercan o nos alejan de Nuestro Señor. No resulta fácil para un creyente vivir en medio del mundo, sobre...

Por la gracia de Dios, soy lo que soy

 En la segunda lectura de nuestra Santa Misa de hoy (1Co 15, 1-11), San Pablo da su testimonio de que él ha dado todo por corresponder a la gracia que Dios le ha dado primero. Y gracias a esa acción de Dios, San Pablo ha podido hacer cosas grandiosas y anunciar el mensaje de Cristo Jesús. El secreto de San Pablo era no confiar tanto en sus propias capacidades y en sus dotes particulares, sino más bien confiar en la gracia de Dios. Es Dios mismo el que obra en él. En el Evangelio (Lc 5, 1-11) escuchamos algo similar. Un grupo de pescadores había terminado ya la faena que no había arrojado resultados. El Señor sube a la barca de uno de ellos para poder hablar mejor a las gentes. Terminado el anuncio, se dirige a los pescadores, concretamente a San Pedro. Le pide que salga a pescar. Pedro le manifiesta que la jornada ha pasado en vano, pero aun así, va a confiar en él. San Pedro vio recompensada su confianza con una pesca asombrosa. La experiencia del fracaso es y será una constante e...

De la presentación del Señor podemos aprender...

Que al igual que Simeón, el sentido pleno de la vida es un encuentro con el Señor Jesucristo… En el pasaje del Evangelio de nuestra Santa Misa, escuchamos de un personaje llamado Simeón. Dice de él que era un hombre justo, es decir, que era un hombre santo y que aguardaba el cumplimiento de la promesa hecha a Israel: él no moriría sin antes ver al Mesías prometido. Cuando María y José entraban en el templo con el Niño Jesús, Simeón reconoció al Dios hecho hombre. Una vez tenido ese encuentro con Jesús, Simeón entendió que el sentido de su vida había sido alcanzado en plenitud. Por eso eleva al Señor una acción de Gracias y, al mismo tiempo, le hace saber que, habiendo encontrado a Jesucristo, su vida ya estaba completa con lo cual podía disponer de ella cuando quisiera. Todos los cristianos tenemos que redescubrir que nuestra vida como creyentes solo tiene sentido si tenemos un encuentro con Jesús. Ese encuentro debe ser personal e íntimo, de tal manera que nuestra vida comience un cam...

Tus palabras, Señor, son espíritu y vida

 Este domingo, por disposición del Santo Padre, está dedicado a la Palabra de Dios. Hoy las lecturas de la Santa Misa nos invitan a tener presente este elemento esencial de la salvación.  Para mal, en la Iglesia se ha ido introduciendo un poco aprecio a la Palabra de Dios escrita. El demonio ha sido muy hábil para poner en la mente de muchos cristianos católicos que leer y meditar la Biblia no es propio de nuestra fe sino de otras comunidades religiosas. Y eso ha conllevado a que quienes leen y meditan la Palabra sean objeto de burlas. La Iglesia siempre ha tenido el máximo respeto y veneración a la Sagrada Escritura. Es un ejemplo muy edificante el que escuchamos en la primera lectura de nuestra Misa (Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10): de vuelta del exilio, al reconstruir el Templo, encuentran los rollos de la Ley. Las autoridades disponen que se lea públicamente al pueblo. Y el pueblo, que tenía tiempo sin escuchar las palabras de la Sagrada Escritura, se emocionó y con un profundo re...

También nosotros podemos hacerlo...

 Este domingo, en la lectura del Evangelio (Jn 2, 1-11) escuchamos el pasaje de las Bodas de Caná, en el que el Señor Jesús, a petición de su Madre, realiza el primer milagro, aunque el momento de dar su testimonio público no había llegado. La riqueza del pasaje se acrecienta cuando reparamos en los detalles. Se trata de una celebración nupcial a la que habían sido invitados María y José, con lo cual eran personas cercanas a ellos. Las fiestas de bodas, en la época en que el Señor peregrinó en medio de los hombres, tenía una importancia social. Se trataba de dar un testimonio público del amor de los esposos, de su alianza, y de compartir la alegría con sus parientes y allegados. Las fiestas de las familias pudientes podían durar un par de días, las de los que tenían menos recursos eran mucho más sobrias. Y, el caso de unas familias de modestos recursos que improvisamente se vieran superados en las estimaciones de las personas invitadas, significaba pasar un momento desagradable, qu...