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¿Y por qué no dispone desde ahorita?

 Hoy, junto con toda la Iglesia, celebramos la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del universo. Todos los creyentes en Cristo Jesús reconocemos, como dice la Sagrada Escritura, que todo está y estará bajo su poder. Ahora, podríamos hacernos la pregunta: Si todo está bajo su poder ¿por qué no comienza a mandar desde ahorita? ¿Por qué no evita tanto mal en el mundo?  Es una pregunta válida y la respuesta correcta no siempre es del agrado de todos o es aceptada por todos. Para poder comprenderla es necesario entender dos cosas.  En primer lugar, el reinado de Cristo no es como los reinos de este mundo, como lo escuchamos en el Evangelio de Nuestra Santa Misa (Jn 18, 33b-37). El reinado de Cristo es especial: el Señor es rey de aquellos que lo aceptan como tal. Un corazón en el que no hay lugar para Cristo Jesús, no forma parte del Reino de Dios. Por eso, cuando nos encontramos con algunas personas que intentan culpar a Cristo o a Dios Padre de los males del mundo, ellos tendrán q

Vamos a resucitar

  Nosotros, los cristianos católicos, en nuestra profesión de fe, creemos firmemente como verdadero que al final de los tiempos todos hemos de resucitar. Lo recitamos en el credo cuando decimos: "creo en la resurrección de los muertos". Prácticamente, en la totalidad de las religiones existe la convicción de que hay una vida después de esta vida. Ahora, nos diferenciamos de esas religiones porque creemos, además, en el juicio final y en la resurrección para la vida futura. Básicamente, seremos quienes somos ahora, pero sin las limitaciones propias de lo material: no nos vamos a enfermar, ni tendremos hambre ni sed; tampoco nos vamos a cansar y tendremos el mayor motivo para estar felices que no es otra cosa que estar con Cristo Jesús. Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado también que este mundo, tal cual lo conocemos, va a tener un fin. Y el final de este mundo va a coincidir con su segunda venida. El Señor se sirve del modo de hablar de su época para hac

Confiar en Dios en lo que hacemos

 Una actitud necesaria en el creyente es la confianza en Dios, especialmente cuando implica un sacrificio personal. Y las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre ese particular. En la primera lectura (1Re 17, 10-16) escuchamos como el profeta pide a una viuda en Sarepta que le dé de comer, cuando apenas ella tenía para sí y para su hijo. Ante la razonable queja de la viuda, el profeta le pide que tenga confianza en el Señor, que no la abandonará en este momento difícil. Dice el pasaje que no le faltó a la viuda la harina y el aceite suficiente para superar la hambruna de aquellos días.  En el Evangelio (Mc 12, 38-44) escuchamos como el Maestro teje una alabanza de una pobre viuda que deja una pequeña ofrenda en la alcancía del Templo de Jerusalén, pequeña a los ojos de los hombres, pero grande a los ojos de Dios. Se deja entrever, en las palabras del Señor, que esa viuda ha hecho un gran sacrificio para dejar esas pocas monedas. Ciertamente nosotros en nuestra vida nos movemos

Dios siempre primero

 Las lecturas de nuestra Santa Misa de hoy nos invitan a considerar un punto bastante descuidado en el día de hoy. Dios siempre es primero. En el Evangelio (Mc 12, 28b-34) escuchamos cómo un escriba, es decir, una persona que se dedica al estudio de la ley de Israel, se acerca al Maestro para preguntarle cuál de los mandamientos es el más importante. La pregunta tiene su razón de ser. Entonces como ahora, había personas que veían la Sagrada Escritura de modo diferente y a veces se olvidaban de lo esencial. Entre las discusiones que se daban en esa época estaban algunos que defendían la esencial igualdad de todas las prescripciones de la ley de Moisés, mientras que otros establecían la superioridad de algunas normas. No era una pregunta banal acercarse a un rabí y preguntar su opinión sobre este controvertido tema. El Maestro le contesta sensatamente, citando de la Sagrada Escritura un pasaje que servía de oración a los israelitas quienes la repetían con frecuencia durante el día. En el

Reconocer a Jesús

 El punto de partida fundamental para los cristianos es reconocer a Jesucristo tal cual es. Nuestro trato y nuestro seguimiento a Cristo Jesús dependerá de cómo le reconozcamos.  Para un buen número de bautizados nuestro señor Jesucristo resulta alguien prácticamente desconocido. Hablan de Él como lo harían de cualquier otro personaje de la historia. No lo hacen como alguien importante en su vida. El resultado es inevitable su seguimiento a Cristo Jesús es prácticamente nulo.  En el evangelio de hoy escuchamos una situación peculiar. El camino que sube de Jericó a Jerusalén era una ruta muy concurrida. Era el camino que recorrían los peregrinos para subir a la Ciudad Santa. Muchas personas que sufrían algún tipo de discapacidad se sentaban a la vera del camino a pedir limosna a los transeúntes. Esa era la situación de Bartimeo, el ciego del cual escuchamos en el evangelio de nuestra misa de hoy. Con toda seguridad habría muchísimos discapacitados en esa ruta. Y seguramente habría muchí

Mantengamos firme la profesión de nuestra fe.

 Todos, en mayor o en menor medida, hemos experimentado algunas ocasiones en las que se pone a prueba nuestras propias convicciones. De hecho, no es raro que algunas personas se sientan decepcionadas porque confiaban en la bondad de alguna persona o en la eficacia de algún producto o institución. También, por lo que se refiere nuestra fe en Cristo Jesús, muchas veces habremos experimentado y experimentaremos que nuestra fe se pone a prueba. En no pocos momentos de nuestra vida vamos a sentir que las situaciones pueden superarnos. La diferencia entre la persona que tiene fe y la persona que no lo tiene está en la esperanza en Cristo Jesús. En la segunda lectura, tomada de la carta a los hebreos, el autor invita a tener confianza en Cristo Jesús que está a la derecha del Padre y que se muestra cercano a nosotros porque él mismo también padeció la adversidad.  En el Evangelio escuchamos cómo ante la petición de la madre de los hijos del Zebedeo, el Señor pregunta a Santiago y a Juan: &quo

La sabiduría que Dios nos da

  El término sabiduría es bastante frecuente en la Sagrada Escritura. Y si bien en ella no se encuentra un significado preciso, puede entenderse que la sabiduría es un don de Dios a los hombres, para que estos puedan discernir su vida y los diversos acontecimientos que se presentan. Dios nos ama y de ello no podemos dudar jamás. Eso es un motivo de alegría. Ahora bien, uno de los elementos en los que Nuestro Señor nos deja para que podamos alcanzar la felicidad en esta tierra, es el don de la sabiduría. Queda de nosotros que hagamos fructificar ese don. La sabiduría nos concede ver todas las cosas desde los ojos de Dios –eso es discernimiento– y hallar un significado nuevo, pleno y satisfactorio a lo que ocurre en los diferentes momentos de nuestra vida. Y así tenemos una guía segura para ser felices y alcanzar la salvación. La primera fuente de la sabiduría como don de Dios está en la Sagrada Escritura: la Palabra. En ella, el Señor nos ha dejado suficientes elementos para que podamos