Dios nos llama y lo hacemos por Él
En el evangelio de la Santa Misa de hoy escuchamos las primeras llamadas a seguir al Señor. Dos pares de hermanos, para más señas. Y eso nos lleva, casi necesariamente, a reflexionar sobre la vocación al sacerdocio. Los sacerdotes en el mundo no somos muchos. Somos casi 500.000 (para mil millones de católicos o siete mil millones de personas que vivimos en el mundo) y somos amados, ignorados y odiados. Amados por quienes reconocen que la fuerza de la acción que ellos realizan viene de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote. Ignorados por un buen número de personas que les da igual quienes seamos. Odiados por razones ideológicas: no están de acuerdo con la religión, o por razones políticas, o porque la Iglesia se opone a un determinada ideología. ¡Y éstos hacen bulla! El resultado de todo esto es que muchos jóvenes hoy no se plantean como proyecto de vida el ser sacerdotes. Y es una lástima. La vocación (cualquiera que ella sea) llena los anhelos de la vida. Un docente que lo