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Mostrando entradas de julio, 2012

Sobre la mutiplicación de los panes...

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En muchísimas ocasiones habremos tenido la oportunidad de leer este pasaje del Evangelio. Es el único que se encuentra en los cuatro Evangelios. Está lleno de detalles, los que deberíamos prestar atención. Jesús pregunta a uno de sus Apóstoles cómo darle de comer a todo ese gentío. El Señor les pone un problema, pero no para reclamarles o exigirles. Lo hace simplemente para enseñarles, y como buena táctica del Maestro, quiere saber qué tienen en la mente y en el corazón. La respuesta ante el problema la expresan dos de los Apóstoles.

Pastores y ovejas

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En el Antiguo Testamento la figura del pastor tenía un significado amplio. Pastores de Israel eran todos los que tenían la responsabilidad de cuidar del Pueblo: el rey, los sacerdotes, los levitas, los ancianos y los diferentes consejos que a lo largo de la historia de Israel y Judá se conformaron para la atención de los israelitas. Después del exilio, eran considerados “pastores” de Israel quienes le enseñaban: los rabinos (maestros). En la historia bíblica hubo altibajos. En algunas ocasiones los reyes y sacerdotes se portaron con celo ejemplar.

Único requisito: Confiar en Jesús

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Ya reflexionábamos la semana pasada que los que habían sido constituidos profetas, en algunas ocasiones ponían objeciones para el cumplimiento de su misión. Tal vez, una de las objeciones que los que han sido instituidos profetas hoy (nosotros, para más señas) es que no tenemos la preparación suficiente. En la mente del profeta (repito, en cada uno de nosotros) está el que, seguramente, los demás tendrán más y mejores argumentos para contradecir la Palabra de Dios y que por lo tanto quedará en ridículo y será instrumento ineficaz e indigno de Dios. Ante este argumento, habría que aclarar:

¡Problema de ellos!

Es una experiencia común: quien no quiere creer en alguien, encontrará los mil y un argumentos para no creerle. Parece que es algo que es muy razonable: los seres humanos nos dejamos llevar por nuestras emociones que no siempre son buenas. Las emociones, en algunas ocasiones, se convierten en un obstáculo para la búsqueda y aceptación de la verdad. Basta que nos digan algo que no nos gusta para que nuestra percepción de la persona que nos habla cambie radicalmente. Y peor aún si hablamos de algún gesto o actitud que no nos gusta. Todos hemos sido constituidos profetas desde nuestro bautismo. De hecho, cuando fuimos ungidos con el Crisma fuimos consagrados como miembros de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. La misión del profeta (nuestra misión) es llevar el mensaje de parte de Dios, que no siempre resulta del agrado del oyente. La historia bíblica lo confirma: En ocasiones, son los mismos enviados quienes ponen trabas porque se ponen en el lugar de sus oyentes. Ese es el caso d