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Mostrando entradas de 2024

La imprescindible espiritualidad

 En la lectura del Evangelio de nuestra Santa Misa dominical (Jn 15, 1-8) escuchamos una imagen que el Maestro se atribuye a sí mismo: Jesús es la vid verdadera. La vida de los ramajes dependerá exclusivamente de su unión y vinculación con la vid: “ Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos ”. El pasaje de hoy repite con frecuencia el verbo permanecer. Una parte importante (la más importante, sin duda) es el trato personal y efectivo con Cristo Jesús. Eso se llama espiritualidad: dejar que el alma se informe de la gracia, el mensaje y la vida de Cristo Jesús. Sin eso, aunque puede un cristiano creer en Cristo, su vida será infructífera. Hoy como desde hace muchos años, existe el peligro de pensar que el buen cristiano es quien participa en todas las actividades de la parroquia: encuentros, convivencias, reuniones de planificación, charlas… y no es así. De hecho, sin el

El Buen Pastor y los buenos pastores

  Este domingo toda la Iglesia celebra el domingo del Buen Pastor, porque la lectura del Evangelio nos propone esta imagen de Cristo que el Señor, además, se atribuye a sí mismo. Ya en el Antiguo Testamento, el Pastor de Israel era Dios mismo. Ya lo escuchamos en uno de los salmos más conocidos: El Señor es mi Pastor, nada me falta . Y las personas que tenían a su cuidado el Pueblo de Israel –los reyes, los ancianos y los sacerdotes– eran llamados también pastores de Israel (Jer 23, Ez 34) puesto que descansaba sobre ellos la misión de cuidar, dirigir y enseñar al Pueblo, rebaño del Señor. Algunos profetas hicieron un llamado de atención porque esos pastores de Israel habían descuidado su misión y buscaron solo su propio provecho. No cabe duda de que el Señor es el Buen Pastor. Si hay alguien que quiere el mayor bien para nosotros –la salvación– ese es Jesucristo, como nos lo recuerda San Pedro en la primera lectura (Hech 4, 12). Y Él ha elegido a fieles para que sean sus pastores,

El Jesús real

 Una de las cosas que no admite discusión en nuestro tiempo es que cada quien puede opinar lo que quiera, de lo que quiera. Algunos han llegado al extremo de pedir que se respete su opinión sobre física cuántica como se respeta la opinión de un físico cuántico que enseña e investiga en una Universidad reconocida. El punto es que eso no está bien: se respeta el derecho a opinar, pero no merece el mismo trato el contenido de las opiniones. Desde hace muchísimos años ha habido personas que han tratado de deformar a Nuestro Señor Jesucristo y han querido endosarle muchos roles diferentes: el revolucionario, el maestro espiritual, el líder, el filósofo, un profeta, etc. Y terminan desfigurando lo que Jesús realmente es. Hay muchas cosas que pueden influir en esto, pero si queremos conocer y encontrarnos con el Jesús real, debemos evitar que todas esas categorías se conviertan en un obstáculo. En la primera lectura (Hech 3. 13-15. 17-19) San Pedro afirma que los Sumos Sacerdotes y los Ancian

El poder de la fe

  Uno de los argumentos que algunos pensadores ateos usan para ridiculizar la fe fue propuesto por un matemático y filósofo inglés llamado Russell: la fe es como creer que hay una tetera dando vuelta en el espacio, nadie la ve, pero como nos la han repetido desde hace años que está allí, lo aceptamos como verdadero, aunque no hay evidencia de ello. Sin entrar a considerar lo ridículamente absurdo de esta alegoría, el punto de partida fundamental por el que está mal ese ejemplo es el hecho de que la fe no significa creer en algo absurdo. Lo esencial de la fe es el significado que da a la vida del creyente. Por mucho que una persona pueda creer que hay una tetera dando vueltas en el espacio, eso no va a significar algo importante en la vida de una persona. En cambio, la fe en Cristo Jesús es otra cosa. La fe no es sólo aceptar la existencia de Dios o la realidad de que Cristo Jesús es Dios y hombre verdadero. La fe es esencialmente la consecuencia de aceptar la existencia de Dios o de re

No debemos temer a la verdad

  Las lecturas de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor nos ofrecen la posibilidad de meditar y reflexionar sobre muchísimos temas de nuestra vida personal y nuestra relación con Cristo Jesús. Comparto contigo esta reflexión En nuestro país solemos decir una frase: “Por la verdad murió Cristo”. Es una frase histórica y teológicamente perfecta. Al mismo tiempo debería resultar para nosotros en una invitación a tener un compromiso firme con la verdad. Y no me refiero a la verdad de una noticia o a la verdad de un hecho histórico. Me refiero a la verdad propia, a reconocernos como somos y aceptar lo que somos delante del Señor. Como escucharemos en la lectura de la Pasión del Señor (Mc 14, 1—15, 47), el Maestro mantuvo una posición coherente con su realidad personal delante de Poncio Pilatos. Sin embargo, no podemos decirlo mismo de otros personajes que escuchamos en los relatos del Evangelio de hoy. En primer término, debemos mencionar al pueblo reunido en Jerusalén por esos días.

El debate se da en el corazón

  Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio según San Lucas (6, 45) nos dice que del corazón del hombre salen las cosas buenas y las cosas malas. Y como siempre, el Maestro tiene razón porque es en el corazón donde se da el debate. Escuchamos en la primera lectura (Jer 31, 31-34) cómo ha sido voluntad de Nuestro Señor dejar inscrito en el corazón los principios para guiarnos correctamente: “ Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones ”. Todos los hombres tenemos grabado en el alma los principios por los que podemos juzgar que algo es bueno o es malo. Pero una cosa que no podemos negar es que el corazón puede verse ofuscado y no juzgar con claridad. No es un secreto para nadie que el corazón del hombre puede llenarse de cosas malas, de malos criterios o de malos deseos. Por eso un ejercicio constante de todo buen creyente es pedir al Señor la gracia de purificar nuestro corazón, como escuchamos y repetimos en el salmo responsorial (Sal 50): “

En Cristo Jesús está la salvación

 Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos ofrecen la oportunidad de reflexionar múltiples temas. Todos ellos valiosos y pueden hacernos crecer interiormente. En mi parecer, el Evangelio de hoy toca un tema neurálgico en el que todos los que nos llamamos cristianos deberíamos no sólo ser conscientes, sino que además deberíamos aceptarlo como algo importantísimo en nuestra vida: En Cristo Jesús está la salvación. Todos nosotros hemos tenido la experiencia del mal. Evidentemente, lo que viene inmediatamente a la memoria de cada uno es el mal físico: Una enfermedad, un accidente, el fallecimiento de un pariente o amigo cercano, la penuria económica, etc. Ciertamente todo eso es malo, pero todavía no es una experiencia interna y personal del mal.  Me refiero a la sensación de vaciedad que tienen muchísimas personas y que tratan de llenar o de olvidar hundiéndose en otras actividades que no solo no eliminan esa sensación, sino que además pueden hacer que sea mayor. Me refiero también a la de

Con buen corazón en la buena acción

  Llegados al tercer domingo de Cuaresma, la Iglesia nos propone en las lecturas de este domingo muchos temas para nuestra reflexión. Todos ellos nos ayudan a mejorar nuestra vida en Cristo y a dar un testimonio delante de los hombres. En la primera lectura de nuestra Santa Misa, escuchamos la voluntad de Dios para todos los hombres: los 10 mandamientos (Ex 20, 1-17). El cristiano no debe verlos como una suerte de limitación de nuestra libertad; al contrario, hemos de verlos como las señales necesarias para nuestro camino a la felicidad eterna. De la misma manera que las señales de tránsito no limitan la libertad del conductor, sino que le sirven de guía segura para su destino, así también los mandamientos de la ley de Dios. Ya lo escuchamos en el Salmo: “ son luz los preceptos del Señor para alumbrar el camino ”. Sin embargo, no es suficiente el cumplir externamente los mandamientos de la ley de Dios. Es necesario también hacerlo con el mismo espíritu con que Dios quiere que lo hagamo

La obediencia de la fe

 Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Obedecer ( ob-audire ) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura” (n. 144). Después de escuchar la primera lectura (Gen 22, 1-2. 9a 10-13. 15. 18-19) no nos puede quedar duda de la fe y la disponibilidad de cumplir la Voluntad de Dios de Abraham, no importa cuán dura pueda ser. La obediencia de la fe no es solo un acto intelectual: creer. Es sobre todo una disposición del alma de comprender la Voluntad de Dios y ponerla en práctica. Y lo propio de la obediencia de la fe es la escucha. El creyente se muestra abierto y disponible para encontrar la Palabra de Dios y comprenderla, para luego ponerla en práctica. La actitud propia del discípulo es la escucha atenta (Is 50, 4). En el Documento de Aparecida, los Obispos de América Latina nos invitan a fortalecer la disposición de escuchar al Maestr

El compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios

 Las lecturas de nuestra Santa Misa de hoy giran en torno a dos temas. El primero es el tema del bautismo y el compromiso que genera en quienes lo recibimos. El segundo tema tiene que ver con las tentaciones de Jesús en el desierto. Y aunque pareciera no tener relación una con la otra, en realidad, están estrechamente unidas. En la segunda lectura tomada de la primera carta del Apóstol San Pedro (3, 18 – 22), el primer papa nos recuerda que es el poder de la resurrección de Cristo el que nos concede la salvación. Y el Señor ha querido hacernos partícipes de esa dinámica de salvación con la recepción del sacramento del bautismo. El apóstol refiere el relato del diluvio universal cuya referencia escuchamos en la primera lectura (Gen 9, 8 – 15) afirmando que era figura del bautismo. En esta ocasión, el apóstol va más allá de la simple purificación de nuestros pecados. Indica la consecuencia que debe tener en la vida de quienes hemos recibido el bautismo: El compromiso de vivir con una bue

La alegoría de la lepra

 Una alegoría es un relato de un hecho o historia al que se le da un significado especial. Se dice entonces que en una alegoría hay un sentido recto y un sentido figurado. En la Sagrada Escritura hay un gran número de alegorías. Y hoy estamos en presencia de una. En Israel había una normativa muy estricta sobre la lepra, como escuchamos en la primera lectura de nuestra Santa Misa (Lv 13, 1-2. 44-46). Cualquier persona que tuviese un eccema en la piel debía acudir a los sacerdotes para que emitieran su juicio. Si el sacerdote dictaminaba que se trataba de lepra, cambiaba totalmente la vida de esa persona. A partir de ese momento era declarado impuro y debía irse de la ciudad o pueblo para vivir apartado. Debía cubrirse completamente y si tenía que acudir al pueblo, debía anunciar a gritos que era impuro. Si se veía libre de la lepra, entonces, debía ofrecer un sacrificio y para ello debía buscar a un sacerdote. No fue difícil para los primeros escritores cristianos establecer una simili

Un momento especial de encuentro con Jesús

Cuando estamos bien y gozamos de buena salud nos vemos perpetuamente tentados de olvidarnos de nuestro Señor Jesucristo o, al menos, no tenerlo tan presente como en otras ocasiones. Pero cuando estamos enfermos o nos encontramos en una situación adversa la situación cambia dramáticamente Cuando estamos bien y sanos podemos tener en control muchas de las situaciones de nuestra vida; pero en la adversidad, cuando no contamos con recursos económicos o recursos materiales, cuando no tenemos fuerzas o no tenemos control de las cosas que nos pasan en nuestro organismo, nos sentimos completamente vulnerables. La sensación de indefensión es grande. Y esa es la lo que quiere trasmitir el autor del libro de Job como escuchamos en la primera lectura (Jb 7, 1-4. 6-7). El pasaje del Evangelio que escuchamos en nuestra Santa Misa de hoy (Mc 1, 29-39) nos narra diversas situaciones de nuestro Señor Jesucristo con los enfermos. En primer lugar, sana a la suegra de Pedro y, posteriormente, a muchos otr

Jesús es el profeta

 En el uso común del lenguaje el término profeta significa aquel que puede predecir el futuro. En el sentido bíblico profeta es aquel que lleva un mensaje de parte de Dios. Todo aquel que habla siguiendo el mandato de Dios es un profeta. El gran líder del pueblo de Israel Moisés era también considerado un profeta puesto que él era el intermediario del que Dios se servía para hacer llegar el mensaje al pueblo. Sabiendo ya Moisés que llegaba al término de su camino en la Tierra anuncia al pueblo de Israel que en un futuro se presentaría en medio del pueblo un profeta semejante a él: “ Pondré mis palabras en su boca y él dirá lo que le mande yo. A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas ”. Ese profeta es Cristo Jesús. Como ya hemos escuchado en otras ocasiones, Él es el Dios y hombre verdadero (Jn 1, 14); Él es imagen del Dios invisible (Col 1, 15), Él es Dios bendito por los siglos (Rom 9, 5), Él es la Palabra de Dios (Jn 1, 1). Y como escuchamos

La Palabra hace lo suyo

 Hoy la Iglesia dedica este domingo a llamar la atención de todos los fieles sobre uno de los dones más grandes que los hombres hemos recibido de Dios: Su Palabra. Hoy es el Domingo de la Palabra de Dios. En la Sagrada Escritura el término Palabra (Logos) tiene diversos significados. El Papa Benedicto XVI le llamaba sentidos analógicos porque tenían una fuente común. La Palabra por excelencia es Jesucristo, que el Verbo de Dios hecho carme. La Palabra es el mensaje que Dios da a los hombres por medio de los hombres: por los profetas y los apóstoles. La Palabra es la Sagrada Escritura que recoge el mensaje de Dios y es dejado a la Iglesia como testimonio del amor de Dios por los hombres. Y nuestra respuesta a la Palabra es: Reconocer, aceptar y seguir a Jesucristo, la Palabra de Dios, como escuchamos que hicieron los primeros apóstoles en el Evangelio de hoy (Mc 1, 14-20). Anunciar el mensaje, la Palabra de Dios, como los profetas (Jonás 3, 1-5. 10) y apóstoles, y como lo hace Nuestro S

Somos discípulos y también misioneros

 Las lecturas de la Santa Misa de hoy, en especial, la del primer libro de Samuel (3, 3b-10. 19) nos hablan de la principal actitud del discípulo: escuchar. En el Evangelio (Jn 1, 35-42) escuchamos también la consecuencia inevitable de haber escuchado al Maestro: llevar el mensaje a otros. Desde hace más de 15 años, la Iglesia nos ha propuesto la figura del discípulo misionero como el modo de vivir nuestro seguimiento a Jesús. Todos somos discípulos porque debemos estar con la actitud de escucha: estamos en un constante aprendizaje de lo que el Señor quiere para nosotros y nuestra salvación. La primera lectura nos ofrece el modelo de la escucha: Samuel. El joven Samuel estaba dispuesto a decirle al Señor: “ Aquí estoy ” y con la orientación adecuada llegó a la actitud del discípulo: “ Habla, Señor; tu siervo te escucha ”. El reconocer a Jesús como Dios y hombre verdadero, aceptarlo como el Señor y Maestro, teniendo la actitud de escucha y poniendo en práctica su Palabra, trae como cons