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Jesús es el profeta

 En el uso común del lenguaje el término profeta significa aquel que puede predecir el futuro. En el sentido bíblico profeta es aquel que lleva un mensaje de parte de Dios. Todo aquel que habla siguiendo el mandato de Dios es un profeta.

El gran líder del pueblo de Israel Moisés era también considerado un profeta puesto que él era el intermediario del que Dios se servía para hacer llegar el mensaje al pueblo. Sabiendo ya Moisés que llegaba al término de su camino en la Tierra anuncia al pueblo de Israel que en un futuro se presentaría en medio del pueblo un profeta semejante a él: “Pondré mis palabras en su boca y él dirá lo que le mande yo. A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.

Ese profeta es Cristo Jesús. Como ya hemos escuchado en otras ocasiones, Él es el Dios y hombre verdadero (Jn 1, 14); Él es imagen del Dios invisible (Col 1, 15), Él es Dios bendito por los siglos (Rom 9, 5), Él es la Palabra de Dios (Jn 1, 1). Y como escuchamos en el Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy (Mc 1, 21-28), hasta el demonio lo reconoce.

Ningún cristiano puede dejar de reconocer y aceptar que Nuestro Señor Jesucristo es la Palabra definitiva del Padre y que su enseñanza es la medida de la salvación. Si alguno lo desconociera, dejaría de ser cristiano: ya no tendría como guía a Jesucristo.

El Papa Francisco ha enseñado en diversas oportunidades que el cristiano debe volver con frecuencia a lo básico: a Cristo Jesús. Y es lo que hacemos hoy: sin Cristo Jesús nuestra fe no tendría sentido. De hecho, todas las manifestaciones culturales, sin esa referencia obligada a Cristo Jesús que tuvieron en sus orígenes, serían unas fiestas absurdas.

Todos deberíamos afirmar con San Pablo: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21). Sin dejar de amar a los nuestros, sin dejar de amar lo que hacemos, sin dejar de amar las cosas buenas que tenemos y ansiamos, hemos de poner un amor especial en Cristo Jesús que da el sentido auténtico a nuestra vida. Y eso no podrá ser si no estamos atentos al mensaje de Cristo, porque Él es el profeta.

No lo olvidemos: seguimos a Cristo porque reconocemos y aceptamos que Él es el profeta que nos guía a la salvación. A Él la gloria, el honor y el poder por los siglos de los siglos.


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