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No debemos temer a la verdad

 Las lecturas de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor nos ofrecen la posibilidad de meditar y reflexionar sobre muchísimos temas de nuestra vida personal y nuestra relación con Cristo Jesús. Comparto contigo esta reflexión

En nuestro país solemos decir una frase: “Por la verdad murió Cristo”. Es una frase histórica y teológicamente perfecta. Al mismo tiempo debería resultar para nosotros en una invitación a tener un compromiso firme con la verdad. Y no me refiero a la verdad de una noticia o a la verdad de un hecho histórico. Me refiero a la verdad propia, a reconocernos como somos y aceptar lo que somos delante del Señor.

Como escucharemos en la lectura de la Pasión del Señor (Mc 14, 1—15, 47), el Maestro mantuvo una posición coherente con su realidad personal delante de Poncio Pilatos. Sin embargo, no podemos decirlo mismo de otros personajes que escuchamos en los relatos del Evangelio de hoy.

En primer término, debemos mencionar al pueblo reunido en Jerusalén por esos días. Un día como hoy alababa y bendecía al Señor; y unos días después pedía uno de los peores castigos de la historia para Cristo Jesús. No supieron mantenerse firmes en la verdad y se dieron a un compromiso político por temor a las represalias que pudieran tomar los Sumos Sacerdotes en contra de ellos.

Luego tenemos algunas personas (entre las que podríamos contar sin duda alguna Judas Iscariote) que criticaban que se destinara al Señor un perfume caro. Era mejor venderlo y dárselo a los pobres, decían. Estas personas no querían aceptar una verdad que tenían delante de sus ojos: Cristo Jesús es el Mesías, el hijo de Dios y que a Él debe ser destinado todo el honor y la gloria por parte de los hombres. Estas personas omiten el honor debido a Dios por una acción humana loable, pero nunca equiparable.

Una actitud semejante vemos en los sumos sacerdotes que recurren a todo tipo de mentiras para desprestigiar y encontrar algo en qué poder condenar a Jesucristo. Una actitud muy similar a la de muchos el día de hoy que encuentran miles de razones para justificar no acercarse al Señor y son incapaces de encontrar una por la cual valga la pena tener un encuentro con Cristo.

Finalmente encontramos la conducta de los apóstoles en la que resalta el comportamiento de Pedro. Para evitar verse envuelto en la actividad malvada de los Sumos Sacerdotes y ancianos, niega por tres veces y hasta con maldiciones conocer quien sea Jesucristo. Para decirlo en un lenguaje bastante coloquial: Negó a Jesucristo en la hora chiquita.

Todos nosotros estamos expuestos a la tentación de negar a Jesucristo por múltiples razones. Unas serán de orden interno: no querer acercarnos al Señor porque no tenemos la intención de cambiar de vida. Entonces Cristo Jesús se convierte en un estorbo y es mejor rechazarlo y negarlo. En otros casos, podremos estar tentados a negar a Jesucristo por la habladuría de otros y para no perder la imagen que queremos que otros tengan de nosotros Entonces, dar testimonio de nuestra fe se convierte en un estorbo para nuestra vida social. Finalmente, podemos vernos tentados denegar a Nuestro Señor Jesucristo por razones políticas, por las consecuencias que pueda tener ante los demás mi fe y mi compromiso en el seguimiento a Cristo Jesús.

En todo caso no aceptar quiénes somos delante de Cristo Jesús es una de las peores cosas que nos puede pasar. Pues se convierte en un conflicto en el que normalmente pierde Cristo Jesús. Lo mismo ocurrió en el Evangelio de la Santa Misa de hoy. Aparentemente, Cristo sale derrotado, pero no es así. Ya lo veremos dentro de una semana. Y esa victoria de Cristo nos enseña lo poco que vale para la historia negar la verdad nuestra delante de Cristo Jesús.

A Él la gloria, el honor y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


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