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Mostrando entradas de octubre, 2019

El Señor conoce cómo somos

Las lecturas de la Misa de este domingo nos manifiestan uno de los atributos del Señor: Dios lo sabe todo, lo que tenemos en el corazón, hasta nuestros pensamientos más profundos. -- Los seres humanos normalmente nos dejamos llevar por las apariencias, y eso no es malo. Nadie compraría una fruta de mal aspecto con el argumento de que por dentro probablemente esté bueno. Lo malo del ser humano es que, cuando juzgamos a otras personas, las apariencias influyen en nuestra decisión. Pero no solo eso: la percepción que cada uno tenga de sí mismo influye en el trato con los demás. -- El Señor inicia la parábola de hoy (el publicano y el fariseo que fueron a orar al Templo de Jerusalén, Lc 18, 9-14): dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás . No es un secreto para nadie que no existen las personas perfectas. Todos, quien más quien menos, tenemos defectos. Creerse perfectos (una suerte de autoestima patológica) supone q

Orar con insistencia, fieles a la Palabra

Las lecturas del Evangelio de este domingo giran en torno a dos argumentos. El primero, sobre la necesidad de orar siempre y con insistencia (Lc 18, 1) y el segundo, sobre la familiaridad del creyente con la Palabra (2 Tim 3, 16-17). -- En el Evangelio de nuestra Misa (Lc 18, 1-8), escuchamos la parábola de la mujer que reclama al juez injusto. El Señor pone ese ejemplo para enseñar a sus discípulos de la necesidad de orar siempre y con insistencia. Es una enseñanza diáfana de Jesús: orar siempre, orar con insistencia . -- Orar es tratar con el Señor: hablar con Él, llorar con Él, pelear con Él. Pedirle, rogar el perdón, mostrar nuestro arrepentimiento, alabar y bendecir su nombre, discernir las situaciones de nuestra vida… ¡Y debemos hacerlo siempre! -- Los creyentes de los últimos tiempos han ido dividiéndose en aquellos que hacen un esfuerzo por dedicar un tiempo diario para orar, y en otros, infortunadamente la mayoría, que postergan la oración para contados momentos de la vi

La lepra, símbolo del pecado

En Israel había una normativa muy estricta sobre la lepra (Lv 13). Cualquier persona que tuviese un eccema en la piel debía acudir a los sacerdotes para que emitieran su juicio. Si el sacerdote dictaminaba que se trataba de lepra, cambiaba totalmente la vida de esa persona. A partir de ese momento era declarado impuro y debía irse de la ciudad o pueblo para vivir apartado. Debía cubrirse completamente y si tenía que acudir al pueblo, debía anunciar a gritos que era impuro (Lv 13, 45-46). -- Con respecto a la lepra, llama la atención que la Biblia no se refiera a su desaparición como “sanación” sino de “limpieza”. Y es cierto: la sanación es interior. -- En la primera lectura escuchamos el pasaje de la sanación de Naamán (2Re 5,14-17). Éste era un general de un ejército y sufría de lepra. Habiendo oído la fama de Eliseo, profeta de Yahweh, se dirigió a Israel para curarse de su penosa enfermedad. Eliseo, quien no lo recibió, le dice que se bañe siete veces en el Jordán. Naamán s

«Si tuvieras fe…»

En el Evangelio de nuestra Misa (Lc 17, 5-10) los Apóstoles hacen una petición al Señor: Que les aumentara la fe. Ciertamente, no se trata de la fe como aceptación de Jesucristo y la ofrenda de la propia vida a Él. Los Apóstoles se refieren a la confianza que genera la fe en Jesús. -- No cabe duda de que los Apóstoles se sentirían, al menos, un poco intimidados sobre el modo de actuar del Señor: confiado, seguro, ordenaba a los demonios, hacía sanaciones, se enfrentaba con entereza a todos los fariseos y escribas… En la mente y en el corazón de todos ellos habría, seguramente, una exclamación de admiración, del tipo: “¡Quiero ser como Él!” -- La respuesta del Señor es sencilla: Ten fe, confía. « Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería” » Esta misma respuesta aparece en los otros evangelios: después de la expulsión de un demonio (Mt. 17, 20) y después de la maldición de una higuera (Mc 11, 22