Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio según San Lucas (6, 45) nos dice que del corazón del hombre salen las cosas buenas y las cosas malas. Y como siempre, el Maestro tiene razón porque es en el corazón donde se da el debate. Escuchamos en la primera lectura (Jer 31, 31-34) cómo ha sido voluntad de Nuestro Señor dejar inscrito en el corazón los principios para guiarnos correctamente: “ Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones ”. Todos los hombres tenemos grabado en el alma los principios por los que podemos juzgar que algo es bueno o es malo. Pero una cosa que no podemos negar es que el corazón puede verse ofuscado y no juzgar con claridad. No es un secreto para nadie que el corazón del hombre puede llenarse de cosas malas, de malos criterios o de malos deseos. Por eso un ejercicio constante de todo buen creyente es pedir al Señor la gracia de purificar nuestro corazón, como escuchamos y repetimos en el salmo responsorial (Sal 50): “
Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos ofrecen la oportunidad de reflexionar múltiples temas. Todos ellos valiosos y pueden hacernos crecer interiormente. En mi parecer, el Evangelio de hoy toca un tema neurálgico en el que todos los que nos llamamos cristianos deberíamos no sólo ser conscientes, sino que además deberíamos aceptarlo como algo importantísimo en nuestra vida: En Cristo Jesús está la salvación. Todos nosotros hemos tenido la experiencia del mal. Evidentemente, lo que viene inmediatamente a la memoria de cada uno es el mal físico: Una enfermedad, un accidente, el fallecimiento de un pariente o amigo cercano, la penuria económica, etc. Ciertamente todo eso es malo, pero todavía no es una experiencia interna y personal del mal. Me refiero a la sensación de vaciedad que tienen muchísimas personas y que tratan de llenar o de olvidar hundiéndose en otras actividades que no solo no eliminan esa sensación, sino que además pueden hacer que sea mayor. Me refiero también a la de