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Mostrando entradas de marzo, 2024

No debemos temer a la verdad

  Las lecturas de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor nos ofrecen la posibilidad de meditar y reflexionar sobre muchísimos temas de nuestra vida personal y nuestra relación con Cristo Jesús. Comparto contigo esta reflexión En nuestro país solemos decir una frase: “Por la verdad murió Cristo”. Es una frase histórica y teológicamente perfecta. Al mismo tiempo debería resultar para nosotros en una invitación a tener un compromiso firme con la verdad. Y no me refiero a la verdad de una noticia o a la verdad de un hecho histórico. Me refiero a la verdad propia, a reconocernos como somos y aceptar lo que somos delante del Señor. Como escucharemos en la lectura de la Pasión del Señor (Mc 14, 1—15, 47), el Maestro mantuvo una posición coherente con su realidad personal delante de Poncio Pilatos. Sin embargo, no podemos decirlo mismo de otros personajes que escuchamos en los relatos del Evangelio de hoy. En primer término, debemos mencionar al pueblo reunido en Jerusalén por esos días.

El debate se da en el corazón

  Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio según San Lucas (6, 45) nos dice que del corazón del hombre salen las cosas buenas y las cosas malas. Y como siempre, el Maestro tiene razón porque es en el corazón donde se da el debate. Escuchamos en la primera lectura (Jer 31, 31-34) cómo ha sido voluntad de Nuestro Señor dejar inscrito en el corazón los principios para guiarnos correctamente: “ Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones ”. Todos los hombres tenemos grabado en el alma los principios por los que podemos juzgar que algo es bueno o es malo. Pero una cosa que no podemos negar es que el corazón puede verse ofuscado y no juzgar con claridad. No es un secreto para nadie que el corazón del hombre puede llenarse de cosas malas, de malos criterios o de malos deseos. Por eso un ejercicio constante de todo buen creyente es pedir al Señor la gracia de purificar nuestro corazón, como escuchamos y repetimos en el salmo responsorial (Sal 50): “

En Cristo Jesús está la salvación

 Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos ofrecen la oportunidad de reflexionar múltiples temas. Todos ellos valiosos y pueden hacernos crecer interiormente. En mi parecer, el Evangelio de hoy toca un tema neurálgico en el que todos los que nos llamamos cristianos deberíamos no sólo ser conscientes, sino que además deberíamos aceptarlo como algo importantísimo en nuestra vida: En Cristo Jesús está la salvación. Todos nosotros hemos tenido la experiencia del mal. Evidentemente, lo que viene inmediatamente a la memoria de cada uno es el mal físico: Una enfermedad, un accidente, el fallecimiento de un pariente o amigo cercano, la penuria económica, etc. Ciertamente todo eso es malo, pero todavía no es una experiencia interna y personal del mal.  Me refiero a la sensación de vaciedad que tienen muchísimas personas y que tratan de llenar o de olvidar hundiéndose en otras actividades que no solo no eliminan esa sensación, sino que además pueden hacer que sea mayor. Me refiero también a la de

Con buen corazón en la buena acción

  Llegados al tercer domingo de Cuaresma, la Iglesia nos propone en las lecturas de este domingo muchos temas para nuestra reflexión. Todos ellos nos ayudan a mejorar nuestra vida en Cristo y a dar un testimonio delante de los hombres. En la primera lectura de nuestra Santa Misa, escuchamos la voluntad de Dios para todos los hombres: los 10 mandamientos (Ex 20, 1-17). El cristiano no debe verlos como una suerte de limitación de nuestra libertad; al contrario, hemos de verlos como las señales necesarias para nuestro camino a la felicidad eterna. De la misma manera que las señales de tránsito no limitan la libertad del conductor, sino que le sirven de guía segura para su destino, así también los mandamientos de la ley de Dios. Ya lo escuchamos en el Salmo: “ son luz los preceptos del Señor para alumbrar el camino ”. Sin embargo, no es suficiente el cumplir externamente los mandamientos de la ley de Dios. Es necesario también hacerlo con el mismo espíritu con que Dios quiere que lo hagamo