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Mostrando entradas de octubre, 2016

A buscar lo que estaba perdido

Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos ofrecen una riqueza particular. Quisiera compartir con todos cuatro reflexiones que me llaman la atención particularmente: 1° El amor del Señor, en especial, hacia los más necesitados corporal o espiritualmente. Que el Señor nos ama es una vedad incontrovertible y así nos lo recuerda la primera lectura de la Misa: “Porque tú amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho”. Es una verdad que olvidamos con mucha frecuencia, y que debemos meditarla, asimilarla y sentirla todos los días de nuestra vida. Ese amor, El Señor Jesús lo demuestra con mayor fuerza en los que están necesitados. La necesidad no es solo material, aunque es la más llamativa y la que más salta a nuestros ojos. Y es imperioso para el cristiano aliviar el mal de los hermanos. Pero hay un mal mayor y más pernicioso: el pecado. Todo creyente sabe que el Señor Jesús murió por nuestros pecados y que el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se co

¡Gracias!

De ordinario, cuando nos piden un favor y lo hacemos, esperamos escuchar un “gracias”. De no ocurrir, nuestro ánimo se exalta, en otras palabras, nos da rabia el que no nos hayan dado las “gracias”. De hecho, hay un refrán que dice: “es de hijos bien nacidos ser agradecidos”. En la primera lectura se alaba la actitud de Naamán que, aún no perteneciendo al Pueblo de Israel, se muestra agradecido ante el favor que recibió de Yahveh. En el Evangelio, en cambio, el Señor repudia el que, de diez que recibieron un favor de Él, sólo uno (que pertenecía a un pueblo que se había separado de Israel) se acercó para agradecerle la curación de la lepra. Una de las razones podría ser el que estaban “acostumbrados”: veían al Señor caminando, predicando y haciendo milagros. Esperaban que hicieran lo mismo con ellos. Una vez recibido el favor, se consideraron satisfechos. No estimaron necesario el agradecer a Jesús el que les haya curado la lepra. Este defecto ocurre con frecuencia con nosotros.

Auméntanos la fe (Lc 17, 5)

La primera lectura del libro de Habacuc (1,2-3; 2,2-4) que escuchamos en nuestra Santa Misa de hoy, tiene lugar en un momento muy particular de la historia de Judá: Había una gran confrontación entre los Imperios de entonces (Caldeo y Babilonio) y había una seria amenaza contra el Reino de Israel (el Reino del Norte). Judá veía amenazada su propia integridad. Los judíos habían perdido la confianza y veían como triunfaba el mal, pero al mismo tiempo, no reconocían que ellos habían sido los autores puesto que habían apartado su corazón, su mente y su vida de la Voluntad de Dios. Los judíos claman al Señor por el mal que ven a su alrededor. La respuesta del Señor es elocuente: “Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe ”. Será muy