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Para pensar en estos días...


¿Qué celebramos en Navidad? Si nos dejamos guiar por los criterios del mundo, podríamos decir que se trata de una fiesta medio carnavalesca, que enfatiza el consumismo, la diversión mundana y el materialismo. Nada tan contrario a lo que es verdaderamente el sentido de lo que celebramos en Navidad. Es curioso, cómo una fiesta de auténtico sabor cristiano ha sido trastocada. Es todo lo contrario de lo que el mundo propone. Nosotros celebramos, de verdad, en Navidad la llegada del Dios que se hizo hombre: sin lujos ni comilonas, sin borracheras ni consumismo… Todo lo contrario, pues Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nació en Belén, de María, en la más extrema de las pobrezas, que, por otra parte brindó la mayor de las riquezas de la humanidad con la salvación.


Por eso, es importante centrar nuestro pensamiento y nuestra oración, así como todas las acciones que nos distinguen, en el verdadero sentido de la Navidad: la Fiesta de la presencia de Dios con nosotros, del EMMANUEL, como nos lo refiere el texto bíblico. Ya ese hecho maravilloso de Dios que se hace hombre amerita no sólo una celebración digna, sino también una toma de posición frente a Él. Se hizo hombre para darnos la salvación. A lo largo de su vida pública, pasó haciendo el bien, pero sobre todo enseñando la Verdad. Al hacerlo invitó a los seres humanos a ser sus discípulos. En este sentido, podemos ver la Navidad como el inicio del discipulado. Nosotros que somos sus discípulos entendemos que ese día comenzó a brillar la luz de la Verdad que hace libres a los hombres.

Los textos bíblicos y litúrgicos de esta celebración apuntan a reafirmar ese hecho maravilloso, ya profetizado en el canto de María cuando proclamaba que el Señor haría cosas prodigiosas a través de ella. ¡Qué mayor prodigio que ese: Dios que se hace hombre!. Nos lo refiere Juan con una expresión también hermosa: LA PALABRA SE HIZO CARNE Y PUSO SU MORADA EN MEDIO DE NOSOTROS. Es lo que de verdad celebramos en la Navidad: la presencia de Dios en medio de nosotros. La Palabra que se encarna y pone su morada en medio de nosotros. Y lo hizo de forma insólita: ante la negativa de admitir a María encinta en el mesón, sencillamente nació en una cueva de los alrededores y tuvo como primera cuna, el pesebre donde comían los animales.

Esa Palabra viene a liberar a la humanidad y a darle sus frutos. El mejor de esos frutos es otro hecho maravilloso: NOS DIO LA CAPACIDAD DE SER HIJOS DE DIOS PADRE. Eso también lo celebramos en la Navidad: con el nacimiento de Jesús, se cumple una promesa. Posteriormente, años después, con su Pascua redentora, nos hizo hijos del Padre. Pero ya desde Belén empieza a cumplirse el objetivo de su misión. Por eso, una de las mejores maneras de celebrar la Navidad es con el reconocimiento de fe de que somos hijos de Papa Dios.

Estas cosas no se celebran con el mundanal ruido, sino con la serenidad de la fe y le decisión del amor. Cuando el mundo propone consumismo y materialismo, bullicio y comilonas junto con borracheras, lo que está es invitando a prestar oídos sordos a esa Palabra y a olvidarnos que ella vino a transformarnos. No le interesa al mundo, ni a quien lo inspira, que seamos hijos de Dios. Eso no les sirve sino que les estorba a los del mundo… De allí la urgente necesidad que tenemos de darle el auténtico sentido a la Navidad: la fiesta del DIOS CON NOSOTROS.

Tenemos, los cristianos, un gran desafío: no sólo celebrar dignamente la Navidad, sino anunciar cuál es el sentido de esa fiesta. No podemos dejarnos llevar por los criterios del mundo. Que más bien sea nuestra actitud una llamada de atención. Hoy hay muchos que prefieren cerrarles la puerta del mesón a María, José y al Niño, para dejarse llevar de sus egoísmos, consumismos y bullicios… Los cristianos tenemos que advertir sobre esto, pero de manera especial con testimonio de vida, haciendo de esta fiesta un evento eclesial, familiar y personal que anuncie la permanente presencia de Dios con nosotros. Y lo hacemos mostrándonos como el primer fruto de esa Navidad: manifestando que somos hijos de Dios, con todas sus consecuencias.. Sólo así podremos decir verdaderamente: FELIZ NAVIDAD.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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