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La acción del Espíritu


En nuestra preparación para la Navidad, Pablo, en su I Carta a los Tesalonicenses, nos invita a tomar en cuenta siempre la acción del Espíritu Santo. No hay que ponerle obstáculos a dicha acción. Aún en medio de las dificultades y problemas, hay que tener un corazón abierto a la acción del Espíritu. El compromiso de actuar así con la ayuda del Espíritu nos impulsa a abstenernos de todo mal. Es lógico, ya que el Espíritu es Dios y no nos va a indicar el camino de la maldad, sino el de la salvación.


Una consecuencia clara de todo esto nos la presenta el mismo Apóstol Pablo: “Vivan siempre alegres”. La alegría ha de ser una actitud permanente en todo cristiano. Ciertamente que se refuerza en el tiempo de la Navidad, pero debe ser una de las características que definan siempre al creyente y discípulo de Jesús. La alegría no es la bulla del mundo, sino la certeza de que se está en sintonía con Dios mismo. Es así como podemos, entonces, presentarnos como la gente alegre en el Señor. Ello requiere la oración incesante y la sintonía con el Maestro, pues es lo que el Padre Dios quiere de todos y cada uno de nosotros.

Cuando uno se deja guiar e inspirar por el Espíritu Santo, sin duda alguna que recibe la animación para ir hacia adelante, es decir, hacia la plenitud. Y es una de las cosas que celebraremos en Navidad: la entrada en la historia de la humanidad de la salvación. Para eso nació Jesús y se hizo hombre: para darnos la salvación y así conseguir que fuéramos hacia la plenitud. Y quien está invitado, así como quien ha aceptado esa invitación de ir hacia la plenitud no puede estar ni triste ni amargado. De allí la vigencia siempre actual de la propuesta paulina: estar alegres en el Señor. No con la falsa alegría del mundo, sino con la que viene de Dios. La que hace vivir el compromiso de las bienaventuranzas y la que se manifiesta en la fe y en obras de caridad. Sólo quien asume esta alegría es capaz de caminar en esperanza.

El materialismo vacío y consumista que golpea al mundo de hoy lo que promueve es la desesperanza y una angustia, que se alejan de la verdadera alegría. La presencia del Dios de la vida, nacido en Belén, trae una propuesta diversa. Contraria a los criterios del mundo, pero inspirada en el amor: es ese amor lo que producirá la auténtica alegría. Así quien ama y acepta el amor como estilo de vida no dejará de manifestar su intención de caminar hacia la plenitud… entonces se presentará como nos lo propone el apóstol Pablo: Siempre alegre en el Señor”, por tanto guiado por la acción del Espíritu.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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