Preparen el camino del Señor
Llegamos al segundo domingo del tiempo de adviento con la aparición de un personaje que nos es muy familiar. Juan el Bautista, pariente del Señor, elegido y predestinado para ser el que anuncie la presencia inmediata del Mesías en medio de su pueblo.
De Juan el Bautista dice el Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy (Lc 3, 1-6) que es el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos”. Y con una lectura de los capítulos iniciales de los evangelios, no puede quedarnos dudas de que, efectivamente, esa profecía se cumplió al pie de la letra. La vida exigente de Juan el Bautista en el desierto y la unción y fuerza de sus palabras hicieron que su figura no pasara desapercibida y que quedara en la memoria del pueblo de Israel con el paso de los años, como lo testimonian los historiadores de la época.
Como ocurre ahora con más frecuencia, los pobladores de ese entonces se quedaron solo con la figura externa (algunos llegaron a pensar que él era el Mesías) y no prestaron atención a sus palabras. Su mensaje era claro y directo: “Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor” (Lc 3, 8).
Nos encontramos en el camino a la celebración de la Navidad, del nacimiento del Señor Jesús. Y el mismo peligro en el que cayeron los israelitas en su época, puede pasarnos a nosotros hoy. Preparar el camino del Señor implica remover todo lo que resulta un obstáculo para que Jesús tenga el lugar privilegiado que se merece en nuestra vida. Y esos obstáculos son muchos.
El demonio ha sido hábil al haber hecho apartar, en Navidad, la atención de Cristo Jesús. Hoy por hoy, ya Jesús no es lo más importante, sino que se le da un valor residual: si sobra tiempo después de arreglos, música, comida, bebidas, regalos y un largo etcétera, entonces puede ser que se le dedique algo de tiempo a Cristo. Y entonces debemos escuchar el grito de Juan Bautista en el corazón; ¡vuélvete a Dios! (Lc 3,3)
Nuestra condición de cristiano no debe ser algo nominal. Debe ser algo real. Debemos quitar de nuestra vida todo lo que supone un obstáculo para Cristo, y el primero es, sin duda, el pensar que Él no es el más importante.
Considera que la Navidad sin Cristo Jesús, es una fiesta vacía. Y la Navidad sin toda la fiesta y el boato, seguiría siendo la Solemnidad del Nacimiento del Señor.
Que el amor de Dios crezca más y más en nosotros y se traduzca un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual, para que sepamos escoger siempre lo mejor.
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