La sabiduría que Dios nos da
El término sabiduría es bastante frecuente en la Sagrada Escritura. Y si bien en ella no se encuentra un significado preciso, puede entenderse que la sabiduría es un don de Dios a los hombres, para que estos puedan discernir su vida y los diversos acontecimientos que se presentan.
Dios nos ama y de ello no podemos dudar jamás. Eso es un motivo de alegría. Ahora bien, uno de los elementos en los que Nuestro Señor nos deja para que podamos alcanzar la felicidad en esta tierra, es el don de la sabiduría. Queda de nosotros que hagamos fructificar ese don.
La sabiduría nos concede ver todas las cosas desde los ojos de Dios –eso es discernimiento– y hallar un significado nuevo, pleno y satisfactorio a lo que ocurre en los diferentes momentos de nuestra vida. Y así tenemos una guía segura para ser felices y alcanzar la salvación.
La primera fuente de la sabiduría como don de Dios está en la Sagrada Escritura: la Palabra. En ella, el Señor nos ha dejado suficientes elementos para que podamos enriquecer nuestra inteligencia y poder discernir.
Otra fuente de sabiduría es la oración y la meditación: hacernos presente ante Dios y hablar con Él de nosotros y nuestras cosas concede una luz especial que nos ayudará a discernir.
Cuando en nuestra cabeza percibimos algo como malo (y no lo es) entonces nos alejamos de la verdadera felicidad. El bien producirá entonces tristeza. El Señor nos ha dejado los mandamientos como el camino seguro a la felicidad, pero si por alguna razón percibimos alguno de los preceptos como malo, no seremos felices al ponerlo en práctica. En definitiva, la Voluntad de Dios no será agradable.
Eso fue lo que le pasó al hombre que se acercó a Jesús para preguntarle lo que es bueno (Mc 10, 17-30). El Maestro le da la guía segura: los mandamientos. Pero Jesús quería proponerle un camino superior: librarse de los bienes para seguirlo. Ya sabemos la respuesta de ese hombre: “se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes”. Su tristeza se basaba en que creía que carecer de bienes es malo. De lo que no podía dudar es que era la Voluntad de Dios. Ese hombre no carecía de sabiduría, porque cumplía los mandamientos y se acercó a Jesucristo. De lo que carecía es de discernimiento.
Una tarea ineludible de todo creyente es pedir al Señor sabiduría y adquirir la práctica de discernimiento, para conocer la Voluntad de Dios, para entender y dar un significado en nuestra vida para todo lo que nos ocurre, para ser feliz.
Que el Señor nos bendiga siempre con su sabiduría.
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