Difícil pero no imposible
Las lecturas de nuestra Santa Misa de este domingo son una invitación inequívoca a considerar lo que el Señor quiere enseñarnos sobre el matrimonio. Aunque Nuestro Señor haya hablado de eso hace mucho tiempo, su enseñanza continúa plenamente vigente, aunque a muchos no le guste aceptarla.
La voluntad de Dios sobre la unión del hombre y la mujer, nos enseña la Sagrada Escritura, ha sido el proyecto originario de Dios. De hecho, en la primera lectura del libro del Génesis (2, 18 - 24) podemos tomar en consideración tres detalles importantes.
El primero es que el Creador afirma: "no es bueno que el hombre esté solo". En el relato del Génesis el hombre pone nombre a los animales de cada especie, pero no encontró nadie similar a él. Podríamos hacer muchas consideraciones de tipo psicológico, pero de momento nos baste con el hecho de que el Señor ha puesto en la naturaleza del hombre una tendencia a no vivir solo.
El relato bíblico utiliza la figura según la cual la mujer fue hecha a partir de una costilla del varón. La tradición bíblica y teológica ve en esto un signo de la igualdad radical del hombre y la mujer a los ojos de Dios. Para el Señor no vale más la vida de un hombre que la de una mujer.
El tercer detalle sobre el cual quiero llamar tu atención es el siguiente: el hombre reconoce la dignidad de la mujer cuando al conocerla afirma: "esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne". Y esta dignidad se ve enriquecida de tal manera cuando la Sagrada Escritura dispone que el unirse a una mujer es una decisión tan importante que requiere una dedicación exclusiva y por ello ha de abandonar a su padre y a su madre.
Toda la tradición bíblica y cristiana ha visto en estos detalles la voluntad originaria de Dios sobre el matrimonio. Desde siempre el matrimonio ha sido visto como algo de una particular trascendencia. La decisión de un hombre y una mujer de unir sus vidas, además de ser el elemento fundante de la sociedad, supone una respuesta a mucho de los anhelos más profundos del hombre, como el amor, la seguridad y el equilibrio emocional.
La voluntad del Señor es clara al establecer un vínculo entre el esposo y la esposa que solo puede ser disuelto por la muerte. Y ese vínculo permanece, aunque se separen (Mc 10, 2 -16).
Nadie puede negar que pueden darse circunstancias que hagan que un matrimonio no sea válido. Pero eso tiene carácter excepcional y por lo tanto, no está en las manos de los contrayentes establecer la validez o no de un matrimonio sino que corresponde a la Iglesia.
Hoy la institución misma del matrimonio no es bien valorada por motivos vanos. Se han puesto muchas ideas y paradigmas erróneos sobre ella que se lo ve como algo ya superado. Pero una cosa es cierta: la voluntad de Dios no pasa.
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