Ir al contenido principal

Lo grande que es perdonar

 Si hubiese escrito “lo difícil que es perdonar” podríamos haber hecho también otra gran reflexión. Pero en esta ocasión, las lecturas nos invitan a poner en práctica el perdón como un medio de liberación personal y como una manera de cumplir la voluntad de Dios.

Cuando una persona guarda rencor u odio contra alguien, carga consigo un veneno mortal para el alma. Es una cosa abominable, como escuchamos en la primera lectura de Nuestra Santa Misa (Sir 27, 33-28, 9). Efectivamente, el ser humano no fue hecho para guardar rencor sino para amar. Y cualquier cosa que no suponga acercarnos a ese ideal, resulta dañino y nocivo para el hombre, no sólo en la vida espiritual sino también en la vida corporal.

La parábola que escuchamos en el Evangelio de nuestra Santa Misa (Mt 18, 21-35) es un ejemplo que el Maestro nos pone para que consideremos algo que repetimos muchísimas veces a lo largo de nuestra vida: cada vez que rezamos el Padre Nuestro le decimos al Padre que perdone nuestros pecados de la misma manera como perdonamos las ofensas que otros nos hacen. En el ejemplo que nos pone Nuestro Señor, resulta evidente para un grupo de personas lo que perdona el rey a un sujeto que no es capaz de perdonar apenas una pequeña fracción a un compañero. La actitud de ese sujeto produce indignación en sus compañeros quienes se lo informan al rey.

El gran reclamo que hace el rey es que debió haber tenido una actitud semejante con su compañero. Entonces la decisión del rey es que debe pagar toda la deuda que inicialmente había sido perdonada.

Existen millones de razones para perdonar, pero sin duda las más grandes de todas son poder recibir el perdón divino y llevar una vida con paz en el alma.

Aunque resulte un poco raro de escuchar el perdón es una forma de amor por sí mismo. Cuando yo tomo la decisión de perdonar, con la gracia de Dios, decido también que ese agravio que recibí de alguien no me va a afectar más. Entonces, podré vivir el resto de mi vida sin un peso innecesario en mi alma. Puede suceder que en el futuro recordar esa situación me exalte, pero será algo pasajero porque, con la gracia de Dios, eso no va a afectar mi vida.

Perdona para que Dios te perdone. Perdona para que puedas tener paz en el alma. Perdona porque es un modo de amarte a ti mismo. Perdona porque así nos enseña a Jesucristo.

Que el Señor Jesús derrame su misericordia sobre nosotros como lo esperamos de Él.


Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda