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No olvidemos el futuro hoy

Desde siempre ha existido en la humanidad una tendencia de olvidarse del futuro, limitando la visión de la vida solo al momento presente. La filosofía hedonista, es decir, aquella que invita a vivir y gozar el placer presente como si no hubiera un mañana, ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Para los seguidores de esta filosofía, la religión cristiana ha sido un enemigo a vencer. Y es claro el por qué: El mensaje de Cristo nos invita a poner la mirada y el corazón en el futuro que Dios nos tiene prometido si somos fieles.

Para ese modo de pensar y vivir el respetar un código de conducta (el Credo y los Mandamientos) resulta una aberración, porque el verdadero placer, según ese modo de ver y vivir, es el que no conoce límites.

Las lecturas de la Misa de este domingo nos recuerdan lo efímero de este mundo y la llamada a considerar la vida futura. Eso no es una negación de que podamos disfrutar el momento presente: es una invitación a vivir el momento presente, a disfrutarlo a plenitud, pero sin olvidar que estamos llamados a la felicidad plena en la vida futura.

Ciertamente, el lenguaje apocalíptico del Señor Jesús puede resultar intimidatorio. Sin embargo, no debemos olvidar que el Señor habla a los hombres al modo de los hombres. En la época del Señor, los israelitas usaban mucho un lenguaje expresivo. En sus palabras, Jesús nos invita a considerar que este mundo creado por Dios tendrá un fin, el cual no sabemos cuándo será. No importa cuándo sea, siempre será un encuentro con Cristo: “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo” (Mc 13, 26 – 27).

Recuerda una cosa importante: Jesús no te dice que no disfrutes en esta vida, sino que no pongas el corazón en la felicidad material. Ese tipo de felicidad no llenará jamás el alma, antes bien la hará desviar hacia el mal. La historia es maestra: en los regímenes que se han declarado “ateos” se ha perdido hasta el valor de la vida humana, todo por alcanzar un “un paraíso en la tierra sin Dios”. Es precisamente la fe en Dios Salvador, en la esperanza en la vida eterna y en el amor a Dios y al prójimo donde se desarrolla el fundamento de la verdadera felicidad. Sin Dios no hay felicidad posible.

El discípulo de Cristo —tú y yo— sabemos que estamos llamados a la felicidad plena. Hacia ella debemos orientar nuestra vida sin olvidar que podemos ser felices también en esta vida sin apartarnos de Cristo Jesús, de su mensaje de salvación, de sus mandamientos.

Entonces vive como Dios quiere y serás feliz tú y los tuyos.

Que Dios te bendiga.

 

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