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Nuestro bautismo y la cuaresma

 Las lecturas de nuestra Santa Misa de hoy nos invitan a hacer una reflexión profunda sobre nuestra vida de creyentes y este tiempo litúrgico especial.

En la primera lectura escuchamos el relato de la primera alianza que hizo el Señor después del diluvio: el arcoíris (Gn 9, 8-15). San Pedro (1Pe 3,18-22) nos recuerda que el diluvio es una imagen de nuestro bautismo, que nos purifica y marca un inicio —una nueva vida— por el que tenemos el firme propósito de caminar con una conciencia limpia ante Dios.

Para lograr ese propósito, se requiere un esfuerzo de nuestra parte. No es un secreto que estamos rodeados de estímulos negativos: modelos tóxicos, superficiales, narcisistas, egoístas. Ponen el centro de los valores la apariencia externa, la fama, los instintos. Para no seguir haciendo más descripciones: estamos expuestos constantemente a tentaciones para apartar nuestro corazón de Cristo Jesús.

Eso exige de parte de cada creyente un esfuerzo particular. Para ello, hay que ejercitar el alma, para que se fortalezca. Y es por ello que, como escuchamos en el Evangelio del miércoles de cenizas, el Señor nos invita a privilegiar el ayuno, la oración y la limosna. Ninguna de esas prácticas está bien valorada por la sociedad actual.

Los atletas entrenan para la competencia, el estudiante se aplica para superar una prueba. Los cristianos nos ejercitamos para superar las tentaciones.

Hasta nuestro Señor fue tentado en el desierto, como lo escuchamos en el evangelio de nuestra Misa de hoy (Mc 1,12-15). El Demonio es muy hábil. Tentó al Señor citando la Sagrada Escritura (Mt 4, 5 – 6). Las circunstancias hoy nos exigen hacer cosas extraordinarias para evitar las tentaciones o si estamos expuestas a ellas, saber superarlas. Lo importante es caminar con una conciencia limpia ante Dios, sin ofender al Señor.

Hay un relato en “la Odisea” de Homero que relata las aventuras de un tal Ulises. Ulises debía ir a su tierra, Ítaca. En el camino tuvo un encuentro con una reina llamada Circe, quien le advirtió que en su camino a Ítaca debía pasar por las sirenas. Ellas distraían con su canto a los marineros para que se estrellaran con las rocas de los arrecifes, haciéndolos naufragar. Sabiendo Ulises que debía pasar por ahí y enfrentarse a ese peligro, toma una decisión fuera de lo normal: reúne a sus marinos y les dice que lo aten al mástil del barco y que lo dejen allí hasta pasar los arrecifes. Antes de dejarse atar, pone tapones de cera a los marineros para que no escuchen los cantos de las sirenas. Así pudo pasar y vencer a las sirenas.

El tiempo de Cuaresma es un tiempo de penitencia, pero no como si los cristianos fuéramos masoquistas. Se trata de hacer pequeños sacrificios para fortalecer nuestra voluntad y saber resistir las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Es un tiempo para ofrecer al Señor pequeñas mortificaciones por nuestros pecados, pequeñas mortificaciones que pueden ser de privarnos de algo que nos guste hasta hacer obras de misericordia. Todo esto nos ayudará a redescubrir nuestro bautismo, a renovar “el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios”.

Bendiciones para todos.

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