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La Transfiguración y la confianza en Jesucristo

 El segundo domingo de cuaresma es conocido como el domingo de la transfiguración: el Evangelio de este día (Mc 9,2-10) siempre hace referencia a este episodio de la vida del Señor. Jesús sube a un monte alto a orar en compañía de Pedro, Santiago y Juan. Allí, la apariencia del Señor cambia y se aparecen dos personajes emblemáticos de la historia de Israel: Moisés, quien dejó a los israelitas la Ley de parte de Dios, y Elías que es el ideal de los profetas. Los Apóstoles, ante este fenómeno único, se sienten muy bien, tanto que quieren quedarse allí. En medio de aquel momento único, la voz del Padre se deja oír: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.

Jesús deja ver su gloria a los Apóstoles, y les pide que eso que han visto, no lo digan a nadie hasta después de la Resurrección. El Evangelista deja constancia de que no tenían idea de lo que significaba ese mandato de Jesús. Sin duda, salta a la vista la alegoría de que para poder llegar a la gloria (a la felicidad eterna que Dios nos tiene prometido), hemos de pasar por una serie de pruebas. Cosa que es absolutamente cierta.

Pero, el mensaje más evidente para nosotros está en recordar quién es Jesús. Y hoy, Dios Padre se encarga de eso: “Jesús es mi Hijo Amado, escúchenlo”. Es una vuelta a los esencial: somos cristianos porque seguimos a Jesús, porque sabemos que Jesús es el Dios hecho hombre en las entrañas de María, que es nuestro Salvador, que nos deja un camino de salvación y un significado nuevo y total para nuestra vida.

Jesús es el Maestro. Nosotros somos sus discípulos. Y la actitud del discípulo es la escucha. Y volvemos a la palabra de Dios Padre: “Escúchenlo”. Como dice el Papa Francisco, escuchar es más que oír: “Que las palabras no te entren por un oído y te salgan por el otro”. Escuchar es entender, comprender. Para un discípulo, es más: Aceptar y vivir.

Jesús nos propone un camino que resulta arduo. Y precisamente por eso es valioso: porque requiere esfuerzo. Implica la mayor de las veces ir contra la lógica del mundo. Entonces, el discípulo necesita confiar, como Abrahán cuando Dios le pidió que le sacrificara a Isaac (Gn 22,1-2.9-13.15-18), como escuchamos en la primera lectura. Cuando el discípulo confía llega a decir como San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31).

Escuchando a Jesús y poniendo en práctica lo que me enseña porque confío en Él, lograré cambiar mi vida. Me transfiguraré con Él. Y podremos repetir en nuestra vida como en el Salmo: Caminaré en presencia del Señor, o como decimos en América Latina: Siempre confiaré en el Señor.

Que Dios te bendiga.


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