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La lepra es sinónimo del pecado

Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos presentan la imagen de la lepra. En el Antiguo Testamento cualquier eczema en la piel era considerada lepra. Si el sacerdote, después de examinar las erupciones cutáneas, determina que es lepra, el israelita debía apartarse de la comunidad hasta que se viera libre. Entonces, debía volver al sacerdote que lo declaraba libre. El israelita sanado debía ofrecer un sacrificio en el templo.

El leproso tenía una vida dura: debía vestir diferente y anunciar a todos que era leproso para que no se acercaran a él. Así se evitaban los contagios. El leproso se separaba del pueblo de Israel. Por eso, todos los autores espirituales han visto en la imagen de la lepra una referencia al pecado.

Efectivamente, el pecado implica no solo apartarse de Dios, sino también perder los vínculos espirituales con los demás miembros del Pueblo de Dios. Y como escuchamos en el evangelio de nuestra Misa (Mc 1, 40 – 45), el remedio a la lepra (al pecado) es Cristo Jesús.

El leproso se acerca a Jesús con una súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». El pecador reconoce que el problema al mal moral que hay en él no puede solucionarlo solo. Necesita a Cristo Jesús, necesita su gracia y su acción. Sabiendo que no puede exigirlo, se confía a la misericordia de Jesús, a su amor por los más necesitados.

A todos debe acompañarnos la certeza de que el Señor no tiene ningún reparo en acercarse a nosotros. No importa lo que hayamos hecho, no importa en la condición en la que estemos. Jesús no se ahorra el tocar al leproso. Le transmite cercanía, empatía, y la ausencia de cualquier tipo de escrúpulo: “Quiero, queda limpio”.

Siempre que nos acercamos a Jesús en busca de su misericordia y de su sanación, Él se muestra dispuesto. Solo en Jesucristo podemos obtener la sanación del pecado, la liberación de esas cosas que nos alejan de la comunión con nuestros hermanos y con el resto de la Iglesia.

Si el pecado es la enfermedad, Jesús es el remedio.

La sanación conlleva una disposición al cambio: a seguir las indicaciones de Jesús, como lo hizo el leproso del Evangelio. Igual nosotros: debemos cumplir la voluntad de Cristo para caminar en santidad y sanación.

Digamos hoy y siempre: Señor Jesús, si quieres, puedes sanarme.

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