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Jesus es profeta y nosotros también

En la época en el que el Señor peregrinaba por las tierras de Palestina, existía la certeza de que el Señor enviaría un personaje a quien le dieron el título de El Profeta. Ese personaje lo escuchamos en la primera lectura (Dt 18,15-20). Moisés anuncia que Yahweh hará surgir un profeta que guiará al Pueblo tal como lo hizo él.

Cuando aparece Juan el Bautista aparece en Israel, una de las preguntas que le hacen los sacerdotes y levitas es: ¿Eres tú el profeta que esperamos? (Jn 1, 21).

En el Evangelio (Mc 1,21-28) escuchamos como el pueblo reconocía a Jesús como una persona que habla con autoridad, no como los fariseos (que se limitaban, en muchos casos, a repetir algunas doctrinas de maestros). El Señor Jesús hablaba con unción. El Señor es el Profeta.

El profeta es quien lleva un mensaje de parte de Dios. Así que el profeta ha de ser fiel a lo que Dios dice. De ahí la seria advertencia de Dios: Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.

Es importante recordar que en el bautismo fuimos configurados con Cristo como sacerdotes, profetas y reyes. También somos profetas. También tenemos la misión de llevar a los demás el mensaje de Cristo. Sin añadidos del tipo: “yo considero…”, “a mi modo de ver las cosas…”. De esa manera, hablamos nosotros y no Jesús. No seríamos buenos profetas.

Para poder anunciar a Cristo hemos de estar atentos a su Palabra —ser discípulos— y ser fieles al vivirla y al transmitirla. No solo en un momento (como en la catequesis de primera comunión o confirmación) sino durante toda la vida. Vivamos siempre lo que repetimos en el salmo: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»

Finalmente, Jesucristo es Dios mismo. Lo reconocen hasta los demonios: “Sé quién eres: el Santo de Dios”. Reconozcámoslo nosotros también. Jesús es nuestro Dios y Salvador.

¡Feliz y bendecido día!


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