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Et verbum caro factum est (Jn 1, 14)

Las lecturas de este domingo nos invitan a considerar el misterio de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. De hecho, la afirmación que da sentido a todas las lecturas de hoy es esta: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14)

Si nos pusiésemos a buscar razones que pudieran explicarla decisión de Dios de renunciar a la gloria divina para hacerse hombre, fundamentalmente encontraríamos dos: la primera, Dios se volvió loco. La segunda, Dios ama a los hombres hasta el extremo.

Ambas razones son plausibles. La locura de Dios no hay que entenderla como una especie de enfermedad mental, sino más bien como una decisión que no podemos explicar dentro de la lógica de los hombres. De hecho, no resulta normal y comprensible que una persona con bienes de fortuna y comodidad, en un momento dado, se aparte de todo eso para vivir una vida excesivamente sobria e incómoda. Por eso, no resulta ofensivo referirse a la decisión de Dios como “locura”.

De igual manera, podemos decir que la decisión del Señor de hacerse hombre responde al amor que ha demostrado a lo largo de toda la historia, desde la creación del mundo hasta nuestros días. Dios nos ama tanto qué ha querido hacerse uno de nosotros: Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor (Ef 1, 4).

Dios se ha mostrado cercano a los hombres para que los hombres podamos mostrarnos cercanos a Dios. En eso consiste la vida espiritual del creyente cristiano: acercarse a Dios en todo lo que hace, en toda la jornada. Un gran número de personas teme acercarse a Nuestro Señor porque piensan que eso traerá como resultado el que no podrán tener una vida feliz: implicaría para ellos una renuncia a una serie de acciones que ellos piensan que dan razón y sentido a su vida.

El temor es infundado. No renunciamos a hacer felices. No renunciamos a encontrar un sentido a nuestra vida; todo lo contrario. Renunciamos a la impiedad y a las cosas que nos impiden tener una visión más alta. Encontramos un sentido a todo lo que hacemos porque conocemos la esperanza a la que nos llama y tenemos la certeza de la gloria queda en herencia a los quese acercan a Él (Ef 1, 18).

Dios nos ama y se ha hecho cercano a nosotros. Amemos a Dios, acerquémonos a él y seamos felices.

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