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El pan que da la vida


Se puede reflexionar tanto de la Eucaristía que podemos dedicar una buena parte de nuestra vida a eso.
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Ningún cristiano católico puede dudar que, después del momento de la consagración en la Santa Misa, bajo la apariencia de pan y vino se encuentra la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús está presente en Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, vivo glorioso como está en el cielo.
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Una de las cosas que fácilmente podremos comprender por razón de la epidemia es que, aunque podamos comunicarnos con las personas a quienes queremos, no significa lo mismo que poder tener un contacto personal con ellos. En muchísimos lugares en los que ha terminado en confinamiento, ha tenido lugar los reencuentros, con una alta carga emocional.
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Algo similar ocurre con aquellas personas que viven lejos y tenemos la oportunidad de visitarles o de recibir la visita de ellos. No cabe duda que el encuentro personal tiene un significado único para cada quien.
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El confinamiento por razón de la pandemia ha llevado a que la mayoría de los fieles no pueda asistir y participar en la Santa Misa. Eso conlleva el no poder recibir a nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. No cabe duda que podemos tener encuentros con Él en la oración y en la lectura de la Palabra pero el culmen de nuestro encuentro con Jesús se da en la Eucaristía.
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Cuando comulgamos nos hacemos uno con Jesús. Dicen algunos Santos que el momento que más se parece al cielo es cuando comulgamos. El cielo es estar con el Señor, y en el momento de la comunión, nosotros durante unos minutos estamos a solas con Jesús. Por eso que es que Jesucristo es verdadera comida y verdadera bebida. Nuestro encuentro con Él en la comunión se convierte en algo que nutre nuestra vida espiritual, nos da fuerza para resistir la tentación y dar testimonio de nuestra fe ante todos los hombres.
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Hoy tenemos la invitación de la Iglesia a renovar nuestra fe en la presencia real de nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Junto con ello, podemos aumentar nuestra esperanza en poder encontrarnos con Él en la Iglesia, en una visita al Santísimo Sacramento, en un rato de oración ante el Sagrario y, si estamos bien dispuestos, poder recibirlo en la Sagrada Comunión.
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Mientras tanto podemos seguir realizando la comunión espiritual:
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Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte dentro de mi alma.

No pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven espiritualmente a mi corazón. Y como si ya estuvieras conmigo, te abrazo y me uno a Ti.

Quédate conmigo y no te apartes de mí. Amén.

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