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¿Cómo podemos mejorar nuestro trato con la Santísima Trinidad?


Todos hemos aprendido que el misterio fundamental de nuestra fe es el misterio de la Santísima Trinidad. Misterio, en la Iglesia Cristiana Católica, no significa algo oculto e incognoscible, sino una revelación o designio divino que conduce a nuestra salvación.

Aun cuando no caigamos en la cuenta, nuestra vida se mueve y se resuelve en el misterio de la Santísima Trinidad: desde nuestro bautismo, por el que nacemos a la nueva vida de hijos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo. Los sacramentos, las oraciones y las bendiciones de la Iglesia invocan y actualizan la presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Las Tres Divinas Personas se han hecho cercanas a nosotros, pero eso no debe llevarnos a tratarlos de manera irrespetuosa. ¡Al contrario! Nuestra vida ha de renovarse siempre en la Santísima Trinidad, tratándola siempre con el máximo respeto. Y podemos empezar con la práctica de piedad popular más extendida en el mundo: la señal de la cruz.

Cuando un cristiano se hace la señal de la cruz –se persigna y se santigua– invoca sobre sí la presencia de la Santísima Trinidad. Cada quien ha de ser consciente de esto y hacer el gesto con el mayor respeto. Quien lo hace “a la carrera” o lo hace mal, falta el respeto a la Santísima Trinidad. Tampoco hemos de tener miedo a decir las palabras que le acompañan: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. Tener miedo de profesar nuestra fe es renegar de Jesucristo. Y quien reniegue a Jesucristo ante los hombres, Él nos renegará ante el Padre (Mt 10, 33)

Nuestra vida ha de encontrar sentido en la Santísima Trinidad, sabiendo ponernos en sus manos: ofrecer nuestra vida a Dios Padre con Jesucristo, dejándome guiar por el Espíritu Santo. No importa cuáles sean nuestros defectos personales, si nos ponemos en manos de la Santísima Trinidad encontraremos como acomodarlos: “Si de veras he hallado gracia a tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados, y tómanos como cosa tuya” (Ex 34, 9)

Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo no quieren nuestra condenación, sino que nos veamos libres de todo mal, y del mal más grande que es el infierno (la condenación eterna). Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim 2, 3-4) y seamos eternamente felices con Ellos en el cielo. Ése es el mensaje de salvación que nos ha dejado Dios Hijo, Jesucristo nuestro Señor: que creamos en Él que nos configuremos con Él para ser salvados: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.

Que la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo jamás se aparte de nosotros y nuestra casa. Amén.

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