Ir al contenido principal

El perdón, fruto del amor



Las lecturas de la Misa de hoy son una invitación a considerar un aspecto fundamental de la vida cristiana: el perdón.
Es inevitable el que a lo largo de la vida nosotros nos dejemos llevar por las emociones y cometamos algún agravio contra alguien. De igual manera, es inevitable que recibamos ofensas y agravios de otros. Más aún: es absolutamente inevitable que ofendamos al Señor. Y las ofensas contra el Señor siempre son más graves que las demás. Siempre.
El Señor Jesús nos trae una gran buena noticia, un gran evangelio, que no debemos olvidas jamás: Dios nos ama tanto que está siempre dispuesto al perdón. La única condición para el perdón es el arrepentimiento y la conversión.
El hombre siempre juzga de diversa manera: se deja llevar por otras motivaciones o por otros sentimientos de venganza, odio o resentimiento. Pero el Señor no es así. Ante el juicio crítico de Simón el Fariseo, el Señor responde con la lógica divina: porque ama más, más se le perdona.
El perdón divino implica el olvido total de la ofensa. Una vez que el Señor otorga el perdón, ya no tendrá más en cuenta el pecado. Y ése es el modelo de todo perdón: hacia ese modelo tienen que mirar los hombres.
Para nosotros, seres humanos al fin, el olvido total no es fácil. Si bien externamente concedemos el perdón, el olvido total de la falta es dificilísimo. De hecho, lleva tiempo curar las heridas que ha dejado la ofensa. Todo cristiano debe considerar pedir al Señor la sanación interior para saber dejar atrás todo tipo de resentimiento.
No debemos dudar jamás del perdón divino. No hay pecado que Dios no pueda perdonar: si estás arrepentido y quieres cambiar, el Señor te perdona, no importa lo que hayas hecho.
Cada vez que nos acercamos al Sacramento de la Confesión debemos tener la conciencia de vamos al encuentro del Señor que nos perdona porque nos ama. Debemos sentir la misericordia del Señor que nos espera para darnos el perdón definitivo de los pecados que hayamos cometido. Así podremos escuchar siempre esas palabras del profeta Natán: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”.
Jesús te ama, por eso te perdona.
¡Que Jesús nos bendiga!

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda