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¿Tiene la ciencia todas las respuestas?

Tom Colls. BBC Today.  Sábado, 9 de julio de 2011

Con los científicos revelando más y más secretos sobre la vida, el universo y todo lo demás, ¿estamos llegando al punto en el que la ciencia por sí sola puede responder todas las grandes preguntas?

Los físicos midieron la velocidad de la luz y encontraron que viaja a 299.792.458 metros por segundo. Además dedujeron que el Universo tiene aproximadamente 13.000 millones de años de edad. Sin embargo, ¿nos sirve esto de algo cuando prendemos la luz y nos levantamos de la cama en las mañanas?

Los biólogos pueden decodificar el ADN que hace posible la vida y los químicos pueden describir en detalle cómo se descomponen los cuerpos. Pero, ¿nos tranquiliza este conocimiento cuando contemplamos nuestra propia muerte?
Esas son las cuestiones subyacientes en la pugna cultural que está teniendo lugar entre la religión y la ciencia.

Es como es
Recientemente entró al ruedo el libro "On being" (Sobre ser), en el que el químico de la Universidad de Oxford Peter Atkins reune todo lo que la ciencia ha descubierto sobre esas grandes preguntas y concluye que la evidencia es incuestionable.

"Toda pregunta real, como 'de dónde viene el Universo', 'hacia dónde va' y 'cómo va a llegar allá': no hay nada de esa naturaleza que la ciencia no pueda iluminar", señala.

Impulsados por un optimismo inexorable, dice, los científicos están poniéndose a prueba en todas partes, removiendo cielo y tierra. Lo que encuentran son hechos, hechos y más hechos, con consecuencias que no podemos ignorar.

La ciencia, alega, tiene toda la evidencia necesaria para probar que el Universo "no tiene ningún propósito": se nace como un animal inteligente sin alma o espíritu, y no hay nada que quede vivo después de que el cuerpo se muere. "Si la ciencia encuentra hechos que son, digamos, verdaderos... a pesar de que sean inquietantes, tienen que ser aceptados", declara.

"Yo pienso que la ciencia expone la maravilla del mundo como es. Uno no necesita fantasías para asombrarse. La ciencia es la gloria verdadera, mientras que la religión es la gloria fabricada", opina. Las nociones religiosas de alma y espíritu, de la vida eterna y el juicio final, no son más que "fantasía", dice. "A mí no me importa que la gente apele a falsos consuelos, pero uno tiene que saber que son falsos".

Ciencia religiosa
Mientras que habrá quienes consideren el libro del profesor Atkins como un ataque a su fe, para muchos cristianos británicos es más bien desatinado.
El año pasado, por ejemplo, el Sínodo General de la Iglesia Anglicana aprobó una moción después de que una abrumadora mayoría acordara que la religión y la ciencia pueden coexistir pacíficamente.
Para la geofísica del Imperial College London Anna Thomas-Betts, quien habló en el debate del Sínodo General, los hechos de la ciencia se reconcilian perféctamente con la forma cristiana de vida.
La ciencia, para ella, descubre cómo el dios en el que ella cree creó el Universo, y ella acoge con beneplácito cualquier detalle nuevo sobre esa creación. Pero al mismo tiempo, dice, la ciencia no le dice a la gente como deben vivir sus vidas.

La prueba para el Cristianismo no se encuentra en la verificación científica de ciertas historias de la biblia sino en el tipo de vida que los cristianos llevan, opina. "Usted vive la vida en consecuencia y ése es su experimento", dice.

Desacuerdos filosóficos
También hay filósofos a los que les parece que al profesor Atkins se le escapó algo. Mary Midgley, autora de "The myths we live by" (Los mitos según los cuales vivimos), opina que el punto de vista de Atkins es una muestra de la actitud "imperialista" que la ciencia ha desarrollado.

La ciencia -dice Midgley- para muchas personas ha remplazado la religión como la fuente de autoridad frente a las grandes preguntas sobre la vida, lo que ha llevado a esa gente a poner sus esperanzas en algo que no puede más que desilusionar. Responder ese tipo de preguntas simplemente "no es lo que la ciencia hace". Somos, según ella, capaces de hablar sobre el valor y propósito de la vida humana sin dificultad, a pesar de no poder explicar los procesos físicos involucrados.

"En la historia uno no puede usar experimentos controlados -ejemplifica-. Uno no puede volver a hacer la Revolución Francesa para ver si vuelve a terminar igual". Así mismo, podemos hablar de democracia y moralidad sin la ayuda de los científicos. "Decir que la democracia existe no es decir que hay una cosa física curiosa en algún lugar: es encontrar un patrón en la vida que nos rodea y ese patrón existe", señala. "Todos estos abstractos, estos elementos en la vida humana, estas formas en la que los humanos nos organizamos, están aquí porque sucedieron".

"La gente ha estado filosofando y cuestionando el valor por mucho tiempo, y a menudo han salido con respuestas bastante sensatas", declara.

Enfrentando los hechos
No son únicamente teólogos y filósofos los que no aceptan el análisis del profesor Atkins. El sociólogo Frank Furedi, quien recientemente atacó la "intolerancia" de algunos científicos en un artículo en la revista Spiked, piensa que los científicos están confundidos sobre su función.

La ciencia, dice el autoproclamado racionalista, efectivamente descubre hechos pero es necesaria más elaboración para saber qué hacer con ellos. "Muchos debates en la sociedad contemporánea son resultado de que la ciencia asume que su papel es decirnos cómo vivir nuestras vidas", acusa. Desde qué comer hasta qué dios venerar: los científicos -dice- a menudo piensan que los hechos "hablan por sí solos". Eso, opina, destruye lo que al final es el elemento más creativo de nuestra comprensión de nuestras vidas: el que tengamos de decidir, a través del debate público, qué significan los hechos, cómo deben ser interpretados.

Furedi, no obstante, aplaude a científicos que, como el profesor Atkins, salen del laboratorio y se unen al debate público. Pero cuando lo hacen, apunta, deben darse cuenta de que dejaron la ciencia atrás y que no tienen más autoridad moral que las otras personas, no más "que un sacerdote, una monja, o el tipo que vende dulces en la calle".

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