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La alegría de rectificar

El domingo pasado reflexionábamos sobre cómo pueden influir nuestras emociones en nuestra vida espiritual. Hoy, las lecturas de la Misa nos invitan a reflexionar sobre la alegría de rectificar y reconciliarnos con el Señor.

Lo más parecido que siente Dios con los pecados de los hombres es la decepción, desilusión, rabia e impotencia que sentimos los seres humanos cuando nos vemos traicionados o cuando nos han faltado el respeto. En la primera lectura de la Misa, el autor del libro del Éxodo usa emociones humanas para ilustrar el dolor de Dios cuando el pueblo que “sacó de Egipto con mano poderosa y brazo extendido” no demoró en hacerse un ídolo y decir: “Éste fue el dios que te sacó de Egipto”.

El que podamos estar por el camino equivocado no es raro. Hay muchísimas cosas que pueden influir y hacer que no nos percatemos del mal que hacemos o del pecado que cometemos. Lo que sí está mal es que en un determinado momento de nuestra vida nos demos cuenta de que estamos haciendo mal y no corrijamos. Ya lo dice claramente la Sagrada Escritura: “El que sabe, pues, lo que es correcto y no lo hace, está en pecado” (Sant 4, 17).

No es un derecho el equivocarse, tenemos derecho de rectificar. Así nos lo enseña San Pablo en la lectura de hoy: “antes fui blasfemo y perseguí a la Iglesia con violencia; pero Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí, al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús”. San Pablo no se alegra de su pasado sino de su conversión y del perdón que recibió de Cristo Jesús al arrepentirse: “Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna”.

Cuando rectificamos, el dolor del corazón de Dios se convierte en una alegría indescriptible. El Señor usa unas imágenes de la alegría del pastor que encuentra la oveja perdida o de la señora que encuentra la moneda que se le había perdido. Alegría similar siente una madre, un padre, un hermano cuando ve que su hij@ o hermano se percata del mal que hace, pide perdón y rectifica.

Equivocarse es de seres humanos, diabólico perseverar en el error. Es de cristianos y sabios rectificar.

Que Dios te bendiga.

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