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Hasta el olvido del prójimo...

Las lecturas de este domingo son tan profundas que podríamos reflexionar sobre muchísimos aspectos. Hoy quiero dejarte una reflexión sobre el egoísmo.

El egoísmo es el inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidar el de los demás. Quien es egoísta pierde la noción de la moral, es decir, de lo que es bueno y lo que es malo realmente, para transformarlo en lo bueno es lo que yo quiero y malo lo que yo no quiero.

El egoísta no se detiene en la maldad de las acciones siempre y cuando le permitan obtener lo que quiere: no le importa mentir, no le importa robar, no le importa destruir la fama de otro.

Los egoístas suelen ser personas amargadas: no son felices con la felicidad de otros, tienen cambios severos de humor para llamar la atención, se angustian porque no tienen lo que quieren, se enfadan cuando le reclaman, son perezosos. Son súper exigentes con los demás y súper complacientes consigo mismos. El egoísta se olvida de que los demás existen, especialmente quienes están en su alrededor. Rarísima vez reconoce que se equivoca.

Epulón se vestía y comía como quería. Dice el Señor que lo hacía “espléndidamente cada día”. El solo pensar en su bienestar personal le hizo olvidar que había un necesitado frente a su puerta. ¡Y sabía quién era, porque desde el infierno lo reconoció!

El egoísmo persiguió a Epulón hasta el mismísimo infierno: pidió a Abrahán que le dijera a Lázaro que le refrescara la lengua. Más aún, le pidió que lo mandara a la tierra para que le avisara a sus hermanos... Pidió imposibles... para su provecho.

Para que alguien sea calificado de egoísta no es preciso que se olvide de los niños del Sudán o de los que son explotados en otros países. Es egoísta quien maltrata a su familia, a sus compañeros de trabajo, a los empleados, a los amigos, siempre para ser el centro de todo.

El egoísmo está reñido con la fe cristiana. Ya en el Antiguo Testamento, Yahweh conminaba al Pueblo de Israel a no olvidarse de los pobres, los huérfanos y las viudas. Había unas normas que eran de obligatoria observancia y estaban orientadas a hacer partícipes de los beneficios de la tierra: el año sabático y los años jubilares. En las cosechas, estaba prohibido repasar la colección, porque lo que se dejaba atrás pertenecía a los pobres de Israel.

Hoy las circunstancias económicas han cambiado. Eso no nos exime de ayudar al prójimo en otras formas. El asistencialismo no es hoy, tal vez, la mejor manera de ayudar sin embargo no debe excluirse en momentos urgentes.

Es imperioso en una sociedad cristiana superar el egoísmo. Los egoístas son la fuente del desorden familiar y social. Imitando a Cristo que es el amor del Padre, superaremos todo egoísmo.

Que Dios te bendiga.

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