La esperanza que nace de la fe

 Las lecturas de nuestra Santa Misa de este domingo nos invitan a considerar la esperanza cristiana. Esta esperanza no es como la humana que es un deseo muy fuerte de que ocurra algo extraordinario. La esperanza cristiana es la certeza de lo que Dios nos ha dicho y prometido.

En la primera lectura, del libro de la Sabiduría (18, 6-9), el autor teje una alabanza de sus antepasados: Dios les había concedido al Pueblo de Israel ver el cumplimiento de algunas cosas para que el mismo Pueblo reconociera “la firmeza de las promesas en que habían creído”. Es Dios mismo quien había hablado y su Palabra no falla.

La segunda lectura de la carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-19) ensalza la fe de los patriarcas que tenían una fe tal que estaban dispuestos a hacer la voluntad de Dios, por muy absurda que pudiera parecer a los ojos humanos. De hecho, ellos estaban seguros de lo que esperaban, porque esa esperanza nace de la fe: Dios les había dicho y ellos estaban ciertos en esas promesas.

Porque creemos en Jesús, creemos a Jesús, aceptamos lo que nos dice. Y vivimos en consecuencia: “acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón” (Lc 12, 33 – 34). La certeza del mundo futuro, del premio a la fidelidad, nos lleva a tener la mirada y el corazón en el cielo, pero con los pies bien puestos sobre la tierra: porque es en esta tierra donde nos jugamos la vida eterna.

Nuestra vida es pasajera y bastante contingente. La realidad nuestra a veces hace que nos pongamos fatalistas, con frases del tipo: “Hoy estamos, mañana no sabemos”. El creyente lo sabe, pero ilumina esa realidad con la palabra de Cristo. En lugar de ponerse tristes y melancólicos, el Maestro nos invita a la vigilancia, a la voluntad firme de hacer siempre las cosas bien, aunque eso no quiere decir que estamos exentos de errores y pecados. Por eso: “Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas” (Lc 12, 35).

Es fácil dejarse llevar por voces agoreras o por cantos ilusorios sobre la necesidad de desmanes: No te llevas de esta vida lo que hayas disfrutado, o lo que hayas vivido con desenfreno. Te llevarás de esta vida para la vida eterna el bien que hayas hecho. Y esa es nuestra esperanza. Ya lo decía San Pablo: la esperanza no defrauda, porque no pone su certeza en las cosas pasajeras, sino en Dios mismo, en Jesús el Señor.

“En la esperanza tenemos nosotros como un ancla firme y segura de nuestra alma” (Heb 6, 19). Porque creemos en Jesús, creemos a Jesús y sus promesas, Él es nuestra esperanza. Y la esperanza no defrauda. Bendiciones para todos.

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