La avaricia, una forma de idolatría

 Las lecturas de este domingo nos invitan a evaluar nuestra relación con los bienes materiales. Ellos son necesarios, pero jamás deben suponer un obstáculo para que podamos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

En la primera lectura (Qo 1, 2; 2, 21-23) escuchamos una reflexión sapiencial. Desde un punto de vista meramente humano, ¿qué sentido tiene desvivirse para acumular riquezas y bienes que después no vamos a disfrutar, sino que al final lo tendrán otros? El mismo autor expone un hecho que pasa a muchos humanos: se desviven, se fatigan y se olvidan hasta de sí mismos, de sus familias y de quienes le quieren solo por el hecho de acumular dinero o de derrocharlo.

San Pablo hace mención de una realidad innegable: la avaricia es una forma de idolatría. Ya muchos filósofos han establecido que el sentimiento religioso ni se crea ni se destruye, solo se transforma. De esta manera, quien no reconoce y adora al Dios vivo y verdadero, lo sustituirá por otra cosa. En el caso de las lecturas de hoy, San Pablo nos dice que hay que eliminar todo lo malo de nuestra vida, y entre esas cosas malas, la avaricia que es una sustitución del Dios verdadero. Ya no es Jesucristo, sino el dólar, el euro, el oro, las riquezas, la apariencia, el desorden, etc.

La avaricia es afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. El fin es tener. Y el avaro hace de eso el centro y la razón de ser de su vida. Rinde culto a las riquezas, no al Dios Único y Verdadero.

En el Evangelio (Lc 12, 13 – 21) escuchamos este precepto del Señor: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Es un error bastante común en hermanos nuestros el pensar que tener dinero les dará respeto, reconocimiento, salud o salvación. La experiencia nos ha enseñado que no es así.

Debemos encontrar un equilibrio en la relación con el dinero. Los bienes materiales son necesarios, pero no hasta el punto de hacernos olvidar de Dios y de los demás. Es bonita la oración que encontramos en el libro de los Proverbios 30, 7 - 9: “¡Dos cosas te pido, Dios mío, no me las niegues hasta el día de mi muerte!: aleja de mí la falsedad y la mentira, no me des ni pobreza ni riqueza. Dame sólo mi ración de pan. Porque con la abundancia podría dejarte y decir: "Pero, ¿Quién es Yahvé?" Y en la miseria podría ponerme a robar: lo que sería deshonrar el nombre de mi Dios”.

Una última consideración que nos deja el Maestro: Al término de nuestra vida vamos a presentarnos ante Dios, y seremos juzgados por Él. Por eso la invitación que nos hace Jesús: hacernos ricos de lo que vale ante Dios. Que podamos presentarnos ante Él con las manos llenas de buenas obras, de oración, de adoración.

Que el Señor nos bendiga hoy y siempre.


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