El símil de la tormenta
Las lecturas de este domingo son una clara invitación para que nosotros veamos la realidad y la experiencia de nuestra vida con otros ojos. Como escuchamos en la segunda lectura (2Co 5, 14-17), para los que hemos abrazado la fe en Cristo Jesús todo es nuevo.
San Pablo nos invita a juzgar todas las cosas no solo con criterios humanos sino también con los criterios de la fe. De esta manera, el cristiano entiende que no todo está bajo su control y que no puede disponer de todas las cosas según su voluntad. Es necesario que entendamos que hay cosas que están fuera de nuestro dominio.
Tal vez los momentos que nos llenan más de preocupación son aquellas que suponen de algún modo algún peligro para nosotros. Es tal vez el momento en que nos sentimos más vulnerables y es la ocasión más propicia para que nos acordemos de que hay Alguien que está por encima de todo y que es Todopoderoso. Y es eso precisamente lo que escuchamos en el Evangelio de nuestra Santa Misa (Mc 4, 35-41).
El símil más perfecto para describir esas circunstancias es este pasaje. Los apóstoles suben a la barca y se ponen a navegar siguiendo el mandato de Cristo Jesús. Mientras estaban navegando, se desató una fuerte tormenta. Ellos hicieron lo que pudieron para sortear ese momento difícil, pero cayeron en la cuenta de que todo su esfuerzo no alcanzaba para evitar el peligro. Y es en ese momento en el que acuden a Cristo Jesús.
Nuestro Señor Jesucristo demuestra su poder a sus apóstoles ordenando a la naturaleza que se calmara. Y el Maestro aprovecha para hacer una llamada de atención a sus apóstoles: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”. Está claro el sentido del mensaje: Si haces lo que tienes que hacer siguiendo la voluntad de Cristo, no debes tener miedo a la adversidad. Cada uno de nosotros debe hacer lo que es correcto a los ojos de Dios y Nuestro Señor Jesucristo se encargará del resto.
Todo creyente debe hacer crecer la confianza de que todo ocurre para el bien de los hijos de Dios (Rom 8, 28) y que, si no lo vemos inmediatamente, hemos de tener la confianza de que a su debido momento se revelará. Se trata de creer en Jesús, de confiar en Él y el amor que nos tiene.
En la oración primera de la Santa Misa escuchamos: “Señor, concédenos vivir siempre en el amor y respeto a tu santo nombre, ya que jamás dejas de proteger a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor”. No son solo palabras bonitas, es un modo de vivir plenamente nuestra fe. Por eso, en los momentos tormentosos de nuestra vida, confiemos en Cristo Jesús.
A Él la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos.
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