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Un amor especial

 La lectura de nuestra Santa Misa de hoy nos ofrece unas pistas para evaluar nuestra vida cristiana en especial por lo que refiere a las intenciones que nacen del corazón.

En el Evangelio (Mt 10, 37-42) escuchamos unas palabras en labios de Nuestro Señor Jesucristo que pueden sonar muy fuertes pero que entendidas en el justo contexto se convierten en una maravillosa fuente de espiritualidad cristiana. Dice el Maestro: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o su hija más que a mí, no es digno de mí. Cualquier persona inadvertidamente podría pensar que el Señor resulta egoísta al ponerse por encima del amor a los propios padres. 

Nuestro Señor quiere que entendamos que el amor que espera de nosotros debe ser especial, no igual al de los padres o al de cualquier otra persona. Se trata de un acto del corazón que no debe verse obstaculizado por ningún otro tipo de afecto. Ningún fiel debe afirmar que deja de amar a Dios (o cumplir con sus deberes religiosos) porque ama más a su propia familia o a alguna otra persona. Una afirmación semejante nos haría indignos de Cristo Jesús, como escuchamos en el Evangelio.

Una advertencia importante que nos hace Jesús es que en el seguimiento a Cristo no caben las distinciones de las personas. Nuestro amor a Dios y el cumplimiento de los deberes religiosos no deben depender jamás de las personas que en un determinado momento se encuentran en el servicio de la Iglesia en un momento histórico. Si alguna persona ha sido instituida por la Iglesia para el servicio de Dios y los hombres, los fieles hemos de aceptarlos como servidores, a pesar que de puedan tener, como es seguro, defectos que ponen trabas al mensaje del Evangelio.

Esta invitación la hace el Maestro: Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Da igual si es alto o bajo, si es feo o es un galán, si tiene don de palabras y de gentes o si es una persona con poca unción. El Señor sabrá recompensar nuestra actitud de reconocer y respetar a los que Él envía en un determinado momento para nuestra guía. Si, por el contrario, pongo reservas en mi respuesta a Cristo por mi agrado o desagrado de sus ministros, entonces, nuestro amor a Él no es especial: se guía por criterios mundanos.

Es un momento ideal para evaluar nuestro amor a Dios (el primer mandamiento, básicamente: Amarás al Señor tu Dios por encima de todas las cosas) se ve obstaculizado por criterios mundanos, discriminación de personas. Debemos preguntarnos si tenemos por Jesús ese amor especial que Él espera de nosotros.

A Jesús, la gloria, el honor y el poder, por los siglos de los siglos.


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