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Jesucristo al centro de todo

 Hoy celebramos junto con toda la Iglesia la solemnidad del domingo de Ramos. Como hemos podido apreciar, la Santa Misa de hoy nos ofrece dos lecturas del Evangelio. La primera, al inicio de la celebración enseguida de la bendición de los ramos, que narra la entrada triunfal de nuestro Señor Jesucristo en la Ciudad de Jerusalén. La segunda lectura del Evangelio la hemos escuchado apenas y narra los últimos momentos de nuestro Señor Jesucristo. Teniendo presente ambas proclamaciones quiero compartir contigo estas ideas.

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En primer lugar es necesario que pongamos en el centro de nuestra celebración de hoy a nuestro Señor Jesucristo. Es sabido por todos que el interés de muchísimas personas es obtener la palma bendita. Esas personas suelen hacerlo por motivos incorrectos: de hecho, su interés no es acompañar a Jesucristo sino obtener algo que por una extraña razón atribuyen una serie de poderes mágicos.  La palma bendita no tiene ningún poder, es solo un sacramental que nos recuerda dos cosas: la primera es que nosotros hemos de alabar, bendecir y reconocer como nuestro Rey y Señor a Jesucristo. La segunda cosa es que nos recuerda que también nosotros podemos renegar de Jesucristo y pedir su muerte. 

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El centro de esta celebración y de toda la semana santa es nuestro Señor Jesucristo. Desde siempre, la Iglesia ha profesado la divinidad de nuestro Señor Jesucristo como hemos escuchado en la segunda lectura de nuestra Santa Misa. Entonces, hoy rememoramos que Dios hecho hombre entró en la Ciudad Santa de Jerusalén. El resto de los días conmemoraremos los principales eventos de los últimos días de nuestro Señor Jesucristo. Nuevamente, sin esa referencia a Jesucristo, nuestra semana Santa carece de sentido.

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Una última idea que resulta de particular importancia en nuestros días. Cada uno de nosotros debe tener por cierto que la responsabilidad de nuestras acciones es solamente imputable a cada quien. Todos nosotros al final de nuestra vida tendremos que dar razón ante Nuestro Señor de lo que hemos hecho y de lo que hemos dejado de hacer.

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Ha sido una especie de idea que se ha metido en el imaginario colectivo el que las personas tienen que renunciar a su criterio propio para doblegarse a la dictadura de la mayoría. De esta manera, se traslada el criterio de bondad o maldad de una acción (o al menos del criterio de normalidad) al juicio de una supuesta mayoría. Evidentemente, detrás de eso está la idea más que equivocada de que la maldad que pueda tener u originarse de mi acción, vendrá solapada por el argumento de que "todo el mundo lo hace". 

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Tal vez una de las máximas en la que se trata de esconder la responsabilidad personal es aquella frase errónea y perversa de que "el pueblo siempre tiene la razón". De hecho como profesor de filosofía he expresado siempre que esa afirmación es mentira, sobre todo considerando que, en la historia, los movimientos denominados "populares" siempre han sido tóxicos. La muestra más elocuente es la actitud del pueblo de Jerusalén que escuchamos en las lecturas del Evangelio. El mismo pueblo que aclamó como rey a Jesucristo, cinco días después pidió su muerte, eligiendo la libertad de un ladrón y homicida.

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Todos debemos tener claro que la respuesta a Jesucristo es personal. Nadie puede escudarse en que va a la playa, o a una fiesta o se queda en casa viendo películas, dejando en el olvido a Jesucristo "porque todo el mundo lo hace". En realidad, cada quien elige olvidarse de Jesucristo, las razones ya no importan. Pero bajo ninguna razón se puede justificar el olvido de Jesucristo. Cada quien tendrá que responder por su elección.

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Es inútil enredarse en oscuros razonamientos cuando la realidad es más sencilla. Eliges seguir a Jesucristo o eliges ignorarlo o incluso rechazarlo. Y hoy es un día maravilloso para reflexionar sobre este particular. ¿Sigo a Jesucristo por convencimiento propio o llevo una vida mediocre justificando mi actitud en la conducta de los demás?

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Que Dios nos bendiga hoy y siempre.

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