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Una máxima para todos los tiempos

 En la primera lectura de nuestra Santa Misa de hoy, escuchamos un episodio de la Iglesia naciente. Pedro y Juan fueron arrestados varias veces por el Sanedrín porque el Evangelio, anunciado con poder, iba extendiéndose entre los fieles de Jerusalén y Judea. Y es este el escenario donde nos encontramos.

El Sanedrín, el consejo superior de Israel, había prohibido a los apóstoles predicar en el nombre de Cristo. No solo le habían hecho advertencias de palabra, sino como mencioné antes, también con hechos: les habrían apresado.

Los apóstoles habían mostrado una gallardía, hoy poco común. Supieron defender su fe y declararon una máxima válida para todos los tiempos: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech 5,29).

La sociedad actual es bastante cruel. Ha sido permisiva en lo que refiere a los valores y hoy hay una suerte de anarquía en la sociedad. Muchísimas personas buscan reconocimiento y aceptación. El mecanismo que ofrece la sociedad es plegarse a la moda y a las ideologías. La libertad de rechazar esas modas y esas ideologías es castigada con todo el peso mediático. En los pequeños grupos, los jóvenes tienen que renunciar a una serie de criterios y realidades propias para poder “ser aceptados”, de lo contrario son víctimas de lo que hoy se llama bullying. Y si esos valores a los que la sociedad pide renunciar son los cristianos y religiosos, entonces, la persecución y el castigo son inclementes.

Hoy la persecución contra los creyentes es constante y de diversas maneras: desde la prisión y tortura, pasando por el desprecio y el bullying, hasta llegar a establecer leyes abiertamente injustas contra los valores cristianos. Es muy fácil que un cristiano pueda renunciar a vivir su fe por la presión de fuera.

Hay otro tipo de renuncia que es más sutil: la de vaciar de contenido religioso las cosas sagradas. Se trata de una especie de treta de quedar bien con Dios y con el Diablo. En realidad, se trata de renunciar a lo que es de Dios.

Hoy la Palabra nos presenta una máxima que debemos seguir siempre: ¡primero Dios, siempre! Sin duda que eso nos acarreará una serie de consecuencias nocivas, pero esas cosas son temporales. Se trata de defender los valores de Cristo para transformar nuestra sociedad. Se trata de hacer que se extienda el reinado de Cristo. Se trata de ganar la vida eterna.

Hoy tenemos una máxima para nuestra vida. Renunciar a Jesucristo no es una opción para el cristiano: hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. Y eso es válido hoy y siempre.

Que nuestro Señor Jesucristo Resucitado nos bendiga hoy y siempre.

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