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Lo liberador del perdón

En el Evangelio de nuestra Santa Misa (Jn 8, 1-11) escuchamos un pasaje con un significado profundo. Una mujer fue sorprendida en adulterio y la ley de Moisés ordenaba que las mujeres así descubiertas fueran apedreadas. Los fariseos y escribas vieron una oportunidad para poner a prueba al Señor (que era sabido que predicaba el perdón de los pecados). Jesús no les respondió de inmediato, sino que escribía en el suelo. Ante la insistencia, la respuesta del Señor fue magistral: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”.

Fíjate en estos detalles:

Los escribas y fariseos se acercaron a Jesús, pero no con la misma intensión que otros. Los pecadores y publicanos se acercaban a escucharle para llenarse de su sabiduría, mientras que aquellos se acercaban para tratar de encontrar la manera de hacerlo caer. Por eso, por más que escuchaban el mensaje de Cristo, no se movían a la conversión porque cerraron la puerta del corazón.

El Señor no le contesta de inmediato. Se toma un tiempo y hace un gesto de escribir en el suelo. Solo después les responde. El Señor no actúa impulsivamente. Se toma el tiempo para responder, tiempo que también aprovechó a los acusadores quienes pudieron asimilar mejor la respuesta. Por eso, no debe extrañarnos que el Señor, ante nuestras inquietudes, no nos responda de inmediato. Normalmente, el Maestro se toma un tiempo para que nosotros podamos asimilar mejor su respuesta.

Jesús no entra en el debate que le proponen los escribas y fariseos (porque en él no hallarían la respuesta correcta). El Maestro les responde con una verdad superior que ilumina la situación de manera eminente. En nuestro día a día, eso hace la Palabra de Dios: no entra en las diatribas cotidianas, sino que nos da una respuesta que ilumina esas realidades.

Y lo más grande: el perdón libera. Los hombres somos expertos en llevar pesos innecesarios. Frecuentemente son rencores y resentimientos personales. Y es un peso innecesario porque no nos sirve para nada, nos enferma y condiciona nuestra vida en muchas ocasiones. Y Jesús hoy nos enseña el remedio: el perdón. Sobre esa mujer pesaba el miedo del castigo por su pecado y el Señor Jesús le quita ese peso inútil: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

De Nuestro Señor debemos aprender esto y ponerlo en práctica: perdón. El perdón que me sana. El perdón que me libera.

Que Dios nos bendiga. 

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