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Errar es de humanos, rectificar el error es de sabios y diabólico perseverar en el error


         Este viejo adagio latino significa: Errar es de humanos, de sabios rectificar, diabólico perseverar en el error. Como siempre, los antiguos tienen razón.
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         En las lecturas de hoy, encontramos diversas figuras que nos hablan de estas facetas:
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         Equivocarse es de humanos. Ciertamente nuestra naturaleza humana no es perfecta y podemos equivocarnos en nuestra manera de ver el mundo, de tratar a los demás y de conducirnos personalmente. Si bien Dios nos ha dado suficiente inteligencia y voluntad como para poder comportarnos rectamente delante de Dios, con los demás y con nosotros mismos, aún así podemos dejarnos llevar por los demás, olvidando que hemos de responder personalmente por nuestras acciones. Nunca será válido culpar a los demás de nuestras deficiencias y de nuestros pecados. Así lo dice San Pablo: antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe.
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         De sabios, rectificar. El Señor, ante la actitud soberbia de los fariseos y escribas, quienes les criticaban que se acercaba a los pecadores, les pone a su consideración algunas parábolas. Los fariseos y los maestros de la ley eran incapaces de abrir los ojos y entender los deseos y las intenciones de Dios; eran por tanto incapaces de alegrarse por la salvación del hombre. Quiere llamarles la atención, al igual que a nosotros, sobre un hecho que escapa a los ojos mundanos: en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse. El Señor nos brinda cualquier cantidad de oportunidades, como se las dio al Pueblo de Israel, al Rey David, a San Pablo.
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         Diabólico perseverar en el error. El título de diabólico es porque Satanás fue el único que habiendo conocido a Dios con un conocimiento superior al del hombre fue capaz no sólo de darle la espalda, sino de convertirse en su enemigo. Dios jamás se cierra al perdón: un corazón contrito, tú nunca lo desprecias. Lo que Dios busca en el hombre es su disposición de cambiar, de convertirse. Esta misma idea aparece en la parábola de la moneda perdida. El Señor se alegra por los pecadores que se arrepienten, no por los que se sienten en el derecho de reclamarle algo por el bien que realizan. Cuando el Señor te haga saber que has errado el camino, que has pecado, vuelve otra vez a la gracia con la confesión. No demores ese encuentro, porque es también demorar la alegría del Señor. Así nos lo enseña hoy Jesús: Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente.
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         Que Dios te bendiga.

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