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NO ESTAMOS SOLOS

Probablemente al leer el título dirás: “Es evidente”. No me refiero a la compañía de personas (nuestros familiares, amigos o los que comparten con nosotros nuestra fe). 

A los Apóstoles el Señor les previno que se iría, pero que no les dejaría solos, sino que les enviaría el Espíritu de la verdad que estaría siempre con nosotros. Esa promesa no fue hecha solo para los Apóstoles sino para todos los fieles que recibirían y aceptarían la fe. En otras palabras, a nosotros también.

Ese don, el Don del Espíritu Santo, Dios mismo, los Apóstoles, siguiendo el mandato de Cristo, lo transmitían después del bautismo mediante la imposición de manos. En la primera lectura escuchamos cómo Felipe llama a los Apóstoles para que impongan las manos a los fieles de Samaría y descendiera sobre ellos el don del Espíritu. Esto es lo que conocemos como el sacramento de la Confirmación.

Si bien en el bautismo recibimos también del don del Espíritu, lo recibimos en plenitud en la Confirmación. Esta es la razón por la que es de particular importancia la recepción de este sacramento. Lamentablemente, hay muchos fieles que no lo valoran y después de recibir la primera comunión no continúan su proceso catequético para recibir la Confirmación. Y esto lo debemos cambiar.

La recepción de la Confirmación marca la edad madura de la fe: con los dones del Espíritu tenemos la fuerza de lo alto para ser testigos de Nuestro Señor Jesucristo, o como dice San Pedro en la segunda lectura, para estar “dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza”. Con la recepción del Espíritu Santo obtenemos una mejor y mayor comprensión del mensaje de Cristo y, por lo tanto, para ponerlo en práctica.

Hemos de estar siempre atento y dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Él es quien nos guía por el camino de la santidad. No importa los tropiezos o dificultades: contamos siempre con Él para rectificar nuestro camino cuantas veces sea necesario. Dios no nos deja solos. El Espíritu Santo siempre nos acompaña y nos lleva a Jesús. No hagamos como el mundo que no lo reconoce, sino como los discípulos de Cristo que están con el Espíritu de la verdad.

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