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Nuestro

El mundo lleva un ritmo vertiginoso: todo lo quiere rápido. La rapidez no es del todo mala, salvo cuando no deja que lleguemos a la profundidad de lo que pensamos, decimos o hacemos. Y lo mismo pasa con la oración.


La superficialidad es un enemigo de la oración. No poner nuestra mente y nuestro corazón en lo que decimos hace que vivamos una vida vacía de Dios: decimos algo a Dios de lo que probablemente no estamos conscientes, y que por lo tanto será difícil que sepamos vivirlo.

Hoy escuchamos en el Evangelio de nuestra Misa que a la petición de los discípulos de enseñarles cómo orar, el Señor nos muestra la oración vocal más grande: el Padre Nuestro. Ya el solo inicio tiene una particular influencia en nuestra vida. Leamos con atención lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

2790 Gramaticalmente, “nuestro” califica una realidad común a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquéllos que, por la fe en su Hijo único, han renacido de Él por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo único hecho “el primogénito de una multitud de hermanos” (Rm 8, 29) se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre “nuestro”, la oración de cada bautizado se hace en esta comunión: “La multitud [...] de creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).

2792 Por último, si recitamos en verdad el “Padre nuestro”, salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo “nuestro” al comienzo de la Oración del Señor, así como el “nosotros” de las cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros.

2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre “nuestro” sin llevar con ellos ante Él todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla. Orar a “nuestro” Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que “estén reunidos en la unidad” (Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación ha inspirado a todos los grandes orantes: tal solicitud debe ensanchar nuestra oración en un amor sin límites cuando nos atrevemos a decir Padre “nuestro”.

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