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La predilección del Señor


En diversos pasajes de los Evangelios leemos la predilección del Señor por los niños. Eso no nos debe causar extrañeza.

Nuestro Señor no solo muestra predilección por ellos, sino que les pone como ejemplo para poder llegar al Reino de los cielos. Más aún, quien diera mal ejemplo a un niño debería “atársele una piedra de molino al cuello y lanzarlo al mar”.  Quien recibe a un niño lo recibe a Él. No se debe despreciar a un niño porque sus ángeles están en la presencia del Padre todo el tiempo.

La figura y la imagen de un niño –su sencillez, humildad y sinceridad– son las condiciones indispensables para el seguimiento a Cristo. De hecho, el Señor les pone como ejemplo.

Por otra parte, nosotros, los adultos, tenemos una obligación grave de educar a los niños, por múltiples motivos. El principal: porque es una obligación de la que tendremos que rendir cuenta a Nuestro Dios. Además, los niños de hoy son los adultos del futuro y en sus manos dejaremos el destino de nuestra vejez y los valores de mañana. Es un deber que se tiene que tomar con seriedad.

En la educación de los muchachos hay que dejar de lado los comentarios y lugares comunes –normalmente errados– que giran por doquier. Cada niño es distinto, cada niño requiere una receta única y eso los padres lo saben bien. Si requieren ayuda u orientación, hay que ser lo suficientemente inteligentes y humildes para saber pedirlas.

También hay que dejar claro que la educación de los niños no descansa solo sobre los padres, sino también sobre los hermanos mayores. Ellos deben ayudar para que las disposiciones de los papás sean respetadas y no sean más bien un obstáculo para la educación de los niños.

Hoy es su día, recemos por ellos. Lo necesitan.

¡Dios les bendiga!

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