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Sin rémoras


La rémora es un pez que se pega a otros peces más grandes para aprovecharse de lo que cae de la boca de los peces grandes. Los antiguos navegantes le atribuían la propiedad de detener las naves. De ahí, pasó al uso del lenguaje aplicar el término “rémora” a todo lo que detiene o suspende la acción de algo o alguien.

A lo largo de la vida, los seres humanos podemos cargarnos de “rémoras”. En la vida cristiana también.

En la primera lectura de la Misa, después de la señal de elección de Eliseo, éste decide liberarse de todo aquello que pueda convertirse en un obstáculo para su nueva elección: sacrificó su yunta de bueyes, lo repartió entre su gente y siguió a Elías. Así no andaría con más preocupaciones.

En el Evangelio, el Señor Jesús hace unos señalamientos sobre las diversas cosas que pueden ser una pesada carga para seguirle:

1) Nuestros afectos: Cuando los samaritanos no quisieron recibir a Jesús, Santiago y Juan le preguntaron al Señor si quería que hicieran bajar fuego del cielo para acabar con ellos. El Señor les regaña. Nosotros podemos ser víctima de nuestros distintos afectos: celos, maledicencia, ira, venganza, codicia, avaricia, envidia, lujuria, hedonismo, egoísmo, soberbia. Si no aprendemos a dejar esas cosas atrás, superando esos afectos, se convierten en una pesada carga en el seguimiento a Cristo.

2) La imprudencia: Uno se acercó al Señor diciéndole que le seguiría donde fuera, y el Señor le contestó que no tenía nada seguro. Las buenas intensiones deben ser moderadas por la razón. Una persona puede tener la mejor intensión de ayudar a una familia que está en necesidad, pero si en la acción de ayudar deja en penuria su propia familia, comete una grandísima imprudencia. De igual manera se puede decir de otras iniciativas de tipo social, o de actividades de tipo apostólico. No pueden ir en menoscabo de nuestras obligaciones naturales.

      3) El apegarse a la propia familia: Uno le dice al Señor que le seguirá pero que esperará a que sus padres terminen su curso de vida. El Señor le contesta una frase muy dura: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. El apegarse a los lazos familiares no solo es un obstáculo en la vida ordinaria (cuantos matrimonios no se han acabado porque no terminan de aceptar que deben hacer su vida independiente y separados de los padres) sino también en el seguimiento a Cristo. Un hijo o hija que llega a viejo sirviendo de “lazarillo” de sus padres ha renunciado a tener una propia vida. No tener vida propia es estar muerto. El Señor le pide a esta persona que siga la Voluntad de Dios, sin dejarse amarrar por el afecto de su propia familia: ya tendrá la oportunidad de seguir cultivando el trato con su familia, y sabrá ayudarles en el momento de necesidad.


Cuando una persona se deja llevar por esas rémoras, se hace esclavo de ellas. San Pablo nos recuerda que “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Su vocación, hermanos, es la libertad”.

Vive tu vida cristiana –tu seguimiento a Cristo– sin rémoras. Así serás verdaderamente libre, y feliz.

Feliz día del Señor. ¡Que Dios te bendiga!

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