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¿QUÉ ES EL CORAZÓN?


                Sin duda alguna, la primera cosa que nos vendría en mente sería el conjunto de músculos, ventrículos y alvéolos que bombea sangre por nuestro cuerpo. En la Biblia tiene un significado muy preciso que coincide con lo que queremos expresar cuando decimos: “es alguien de buen corazón” o “de mal corazón”.

                El “corazón” es el centro de la intimidad, de los valores, de los intereses y de los sentimientos. Es algo tan íntimo que hasta Dios lo tiene (Gén 6,6).

                Nuestro Señor nos enseñó que es del corazón donde provienen las acciones del hombre, por eso no peca el hombre por algo que le llega al corazón sino por lo que sale de él (Mt. 15, 18) De hecho, “del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes” (Mt. 15, 19).

                Dios no solo se detiene en la apariencia, sino que ve el corazón del hombre. Es así como le llama la atención a Samuel que se maravilló ante la presencia del hijo mayor de Jesé, diciéndole: “Olvídate de su apariencia y de su gran estatura, lo he descartado. Porque Dios no ve las cosas como los hombres: el hombre se fija en las apariencias, pero Dios ve el corazón” (1 Sam 16, 7).

                En la Biblia se usa la expresión “endurecer el corazón”. Esta expresión significa, en pocas palabras, dejar de ser sensible a las cosas de Dios. Esto puede ocurrir cuando una persona vive en el pecado como también aquel que se limita solo al cumplimiento externo, sin dejar que el Señor vaya cambiando su vida.
                En esta última actitud cayó el Pueblo de Israel. Desde el inicio, Yahvéh había mandado: “Y tú amarás a Yahvéh, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy” (Dt 6, 5 – 6). Con el paso del tiempo, los israelitas se limitaron a cumplir externamente los actos de culto, pero no llevaban a la práctica. Yahvéh, por medio de los profetas les anunció: “Les daré un corazón nuevo y pondré en su interior un espíritu nuevo. Quitaré de su carne su corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Así caminarán según mis mandamientos, observarán mis leyes y las pondrán en práctica; entonces serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ez 11, 19 – 20).

               Este cambio de corazón es la esencia de la conversión. Cuando el pecador se da cuenta de que su actuar no agrada al Señor, siente dolor de corazón y pide al Señor que le cambie el corazón: “Pues mi falta yo bien la conozco y mi pecado está siempre ante mí; contra ti, contra ti sólo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice… Tú quieres rectitud de corazón, y me enseñas en secreto lo que es sabio… Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un firme espíritu” (Sal 51, 5 – 12)

                Es en el corazón donde meditamos todos los acontecimientos de nuestra vida, como lo hizo María que “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19) y es al corazón donde se dirige la Palabra del Señor, tanto que “enciende el corazón” como los discípulos de Emaús (Lc 24, 32).

                Hoy, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, es una oportunidad única para que pienses y medites: ¿Cómo es el corazón de Nuestro Señor Jesucristo? Somos cristianos, imitadores y seguidores de Jesús, así que repite con mucha fe, confianza y amor la invocación que muchos cristianos han repetido: “Jesús manso y humilde de Corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo

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