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El perdón, fruto del amor


Las lecturas de la Misa de hoy son una invitación a considerar un aspecto fundamental de la vida cristiana: el perdón.

El perdón es el olvido total de la ofensa cometida cuando nace en el alma el reconocimiento de que se ha actuado mal, y se ha realizado un agravio, y la persona ofendida reconoce el arrepentimiento en quien ha realizado el agravio. Una y otra acción nacen del amor. Quien pide perdón es movido por el amor y quien perdona lo hace por amor.

El perdón conlleva el olvido total de la ofensa: como si no hubiese pasado nada. La primera lectura y el Evangelio de hoy son indicativos de esto.

Después de un conmovedor relato, Natán le hace saber a David, de parte de Dios, que ha cometido una falta grave que ha procurado un gran dolor a Dios. David reconoce el mal que ha hecho y pide perdón a Dios, haciendo penitencia por su pecado.

En el Evangelio de hoy, las palabras de Jesús tocaron a una mujer de la mala vida. Esa mujer recorrió un camino de conversión que pasó de alejarse de la mala vida a unir su vida a Cristo Jesús. Su dolor la llevó a tener un gesto de cariño para con el Señor.

Dios está dispuesto siempre a perdonar si el alma está arrepentida. El perdón divino no tiene límites, porque el amor de Dios no los tiene.

El hombre en cambio pone “peros” al perdón. No siempre sabemos olvidar el mal que hemos recibido y vivimos llenos de rencores. Sin embargo, ése es el ideal.

Los seres humanos ponemos reparos a las personas. Simón el fariseo no supo leer las acciones y mal interpretó toda la situación. Eso nos puede pasar con frecuencia. Y allí el Señor le da la lección.

Dios nos ama y Dios nos perdona. Jesús nos pide que nos amemos los unos a los otros, así que debemos perdonarnos unos a otros. Y así lo rezamos en el padre nuestro.

Amor y perdón.

Que Dios te bendiga.

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